Cuando planteamos iniciarnos en el marxismo-leninismo de forma autodidacta solemos tener la tentación de recurrir directamente a textos o libros clásicos. Sin embargo la traumática experiencia que por ejemplo supone coger de buenas a primeras El Capital u cualquier otro libro clásico e intentar tragárselo suele ser seguida por una desesperada sensación de frustración al no entender nada de nada, y al consiguiente abandono de cualquier libro de los denominados clásicos, y, junto con ello, cualquier cosa que huela a formación.
En cualquier discusión política –con los amigos, profesores...- a los comunistas siempre nos echan en cara lo de la URSS, lo de que “eso ya está pasado de moda”, lo de “el comunismo no funciona” y, sobre todo, eso tan insoportablemente paternalista de “las teorías de Marx estaban bien para el siglo XIX, pero ahora las cosas han cambiado”, cuando no lo de “ahora eres comunista porque aun eres joven e impulsivo, pero cuando seas mayor veras las cosas de otra manera”. Claro que ninguno de nuestros contertulios suele tener ni puñetera idea de lo que dijeron Marx y Lenin. Y, lo que es peor, que a menudo tampoco nosotros lo tenemos muy claro, con lo que tan solo nos queda encerrarnos en nuestras convicciones y repetir eso de “¡no, no, seguro que tenemos razón!... aunque yo no la conozca”. Todo es confuso y no sabemos muy bien hacia donde tirar: qué hacer –que decía el bueno de Lenin-.
No podemos ir por la vida de comunistas y luego no ser capaces de sostener una discusión ideológica sin un mínimo de posibilidades de salir de ella –al menos- dignamente. Se supone que debemos entender por qué ocurren las cosas y qué es lo que hay que hacer. Y malamente vamos a poder hacer eso sin una formación básica. Además, sería caer en un empirismo barato y estrecho pensar que podemos prescindir de las experiencias, luchas, conclusiones y enseñanzas de los que estuvieron en la lucha antes que nosotros. Porque eso es, precisamente, el comunismo: la experiencia concentrada de 150 años de movimiento obrero, de lucha. Es lo general, lo que se puede aplicar a cada lucha concreta: y, a su vez, es una abstracción –una generalización- de cada una de esas luchas particulares.
La Historia y la lucha de clases
Todos hemos oído la célebre cita de que “la historia del hombre hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”. ¿Qué querían decir Marx y Engels con esto?, ¿qué son las clases?, ¿qué es y que mueve a la historia?. Vayamos por partes. Lo que siempre ha diferenciado al ser humano del animal es su capacidad para transformar activa y decisivamente el medio. Algunos dicen que es la conciencia, la capacidad de razonar, pero ¿de donde surge la conciencia, sino de la experiencia, de interactuar con la realidad material?. Cuando el ser humano obra sobre el medio, extrae conclusiones, descubre leyes, razona sobre lo observado: de ahí surge históricamente la conciencia. El ser humano más primitivo –el homo habilis- trabajaba con sus manos y con herramientas antes de tener conciencia. Solo a partir del trabajo, surge en él la capacidad de razonar que conocemos hoy.
Podemos definir trabajo como cualquier actividad humana destinada a producir cosas necesarias para la vida. En este proceso intervienen una serie de elementos:
Por una parte, la capacidad de trabajo del ser humano: su capacidad muscular, de coordinación de su organismo y sus conocimientos. Es la denominada FUERZA DE TRABAJO.
Por otra parte, los instrumentos para la producción –máquinas, herramientas, fábricas...- y aquello sobre lo que recae el trabajo – las materias primas u objetos de producción-. A esto se le denomina MEDIOS DE PRODUCCIÓN.
Históricamente, tanto la capacidad productiva del ser humano como los medios de producción progresan sin cesar gracias a la ciencia y la técnica. Por otra parte, los seres humanos no producen de manera aislada, es decir, ellos solos, sino que, para ello, necesitan relacionarse con otras personas. Y no solo para intercambiar cosas –que no es exactamente producción, sino distribución de bienes- sino para la producción en sí: ¿Alguien se imagina que se pudieran edificar las pirámides de Egipto sin que concurriera en su producción la actividad coordinada de miles de personas, entre constructores, arquitectos... y los dueños de las piedras, etc.?. A las relaciones que establecen entre sí los productores es a lo que denominamos RELACIONES SOCIALES DE PRODUCCIÓN.
De todo esto se deduce que lo importante en cualquier proceso productivo no es el acto en sí, sino que el trabajo siempre revierte un carácter social, es decir, que un mismo proceso productivo –fabricar una lámpara, por ejemplo-, aunque parece el mismo siempre, se da en cada caso en condiciones sociales diferentes –no es lo mismo producir esa lámpara siendo un esclavo que siendo un obrero en un país socialista,...-. Las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas están íntimamente ligadas: básicamente, podemos hablar de sociedades en las que las relaciones sociales de producción se basaban en la propiedad privada de los medios de producción y otras en las que se basaban en la propiedad colectiva de los mismos. Traducido al castellano: en unas sociedades unas personas concretas eran dueñas de las herramientas, de los materiales y, por diversos métodos, de la fuerza de trabajo de otras personas, mientras en otras sociedades todos los elementos de la producción pertenecían al conjunto de las personas. Con este criterio, podemos establecer cronológicamente cinco grandes etapas en el desarrollo de las sociedades:
Las sociedades PRIMITIVAS: los medios de producción son propiedad de toda la tribu o clan Nadie posee nada de esto en régimen de propiedad privada. También se llama comunismo primitivo. Las sociedades ESCLAVISTAS: Los medios de producción son propiedad de unas personas concretas. Las relaciones sociales de producción esclavista se basan en la propiedad de unas personas sobre otras.
Las sociedades FEUDALES: los medios de producción son de unas personas, y otras establecen con ellas unas relaciones sociales de producción basadas en la propiedad sobre parte del fruto de su trabajo –es decir, parte de lo que producían los vasallos era propiedad de los señores-.
Las sociedades CAPITALISTAS: los medios de producción también son propiedad privada de unas personas. Otras se relacionan con ellas mediante el régimen asalariado –es decir, trabajan determinadas horas por un salario-.
Las sociedades SOCIALISTAS: los medios de producción son propiedad de todo el pueblo –son propiedad colectiva- y se establecen entre los productores relaciones de colaboración y cooperación.
A estos cinco bloques los llamamos MODOS DE PRODUCCIÓN.
Como vemos en el primero y en el último de los modos de producción –el comunismo primitivo y el socialismo- la propiedad de los medios de producción es colectiva, mientras que en los otros tres –esclavismo, feudalismo y capitalismo- unas personas son dueñas de dichos medios de producción y otras no. Pues bien, precisamente eso son las CLASES SOCIALES: grandes grupos de personas que tienen en común una misma posición respecto a la propiedad de los medios de producción. Así, en el esclavismo los esclavistas eran los dueños y los esclavos los desposeídos, y en el feudalismo los dueños de la tierra eran los señores y los que cultivaban, los vasallos. En el capitalismo las dos clases predominantes son la de los capitalistas (burguesía) y la de los proletarios. Luego hablaremos más detenidamente del capitalismo –que es el que nos toca vivir- y del Socialismo y el Comunismo –modo de producción en el que no existen clases sociales-.
Claro está que, en cada modo de producción siempre hay más de dos clases. Por ejemplo, en el capitalismo existe -por una parte- la pequeña burguesía, los terratenientes... Pero, en todo modo de producción existen dos clases principales: una, la más beneficiada con el sistema –y que, por lo tanto, lucha por su perduración- y otra, la más machacada por el sistema –y que, por lo tanto, combate por su desaparición-, y las demás clases se aglutinan en torno a estas dos clases principales.
Este último es un elemento esencial en el desarrollo de la historia: las clases sociales nunca conviven armónicamente, sino que luchan entre sí, a veces de manera explícita, abierta y hasta violenta, y otras de manera soterrada, implícita y latente. Pero siempre están en lucha. Y, ¿Por qué?, ¿acaso porque los integrantes de una clase son “los buenos” y los de otra “los malos”?. No, nada de eso. Sencillamente luchan por sus intereses de clase. Los capitalistas luchan para enriquecerse a costa del trabajo ajeno, y los proletarios por reducir esa explotación. Esto se concreta en lucha por el incremento de los salarios, por la mejora de las condiciones de trabajo... y, por parte de los capitalistas, por la “flexibilización” del despido, la reducción de salarios... A esto es a lo que llamamos la LUCHA DE CLASES.
En el curso de la historia, las FUERZAS PRODUCTIVAS de una sociedad progresan –como decíamos- gracias a la ciencia y la técnica, mientras que las RELACIONES SOCIALES DE PRODUCCIÓN –es decir, las relaciones entre los productores- permanecen prácticamente inalterables –los esclavos fueron esclavos hasta el final, igual que los esclavistas-. Según se desarrolla la historia, unas relaciones sociales de producción concretas empiezan a quedarse “estrechas”, anticuadas e inadecuadas para los niveles de las fuerzas productivas. Por ejemplo, el Imperio Romano se cayó a cachos porque la manutención completa de los esclavos no era rentable ya, y porque mediante esclavos no podían trabajar los extensos territorios del Imperio.
En ese momento de choque entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción la LUCHA DE CLASES se recrudece de manera brutal, y una de las clases logra alzarse en el poder, destruir lo viejo –el modo de producción ya caduco- e imponer uno más progresivo –en el ejemplo anterior, el feudalismo-. Con el tiempo, también este sistema se quedará caduco y una nueva clase –la de los burgueses- conquistará el poder e impondrán un nuevo sistema...
Lo importante de todo esto es que los cambios de MODO DE PRODUCCIÓN nunca se producen de manera gradual, sino como resultado de un proceso brusco, de un salto cualitativo, de un proceso revolucionario: la Revolución Francesa, que marcó el ascenso al poder de la burguesía francesa, es un buen ejemplo de cómo de brusco puede ser un proceso revolucionario. Significa romper con todo lo viejo e imponer lo nuevo, lo progresivo.
Base y superestructura
Hasta ahora nos hemos centrado, sobre todo, en los elementos económicos de la sociedad. ¿Por qué? Porque, como demostraron Marx y Engels, es en la esfera productiva donde se dan los elementos determinantes de una sociedad. Ahora bien, ¿qué pasa con las ideas, con las instituciones...?, ¿qué papel juegan en el desarrollo histórico?. A cada modo de producción determinado le corresponde una serie de elementos cuya misión es:
Legitimar el orden establecido.
Lograr, mediante la violencia, la perduración del orden existente.
Para ello, cada sistema emplea dos bloques de elementos:
Por una parte, las IDEOLOGÍAS –en formas filosóficas, políticas, jurídicas, artísticas...- que legitiman, justifican o hacen parecer como el mejor a cada sistema. La ideología neoliberal trata de presentar al capitalismo como el mejor de los sistemas o, cuando menos, como el único posible. Los programas de televisión -desde los des-informativos hasta los concursos y demás programas basura- también generan en las masas una conciencia de que este es un sistema feliz y deseable... para que no protesten y no lo combatan. Es decir, las alienan. Para la difusión de estas ideologías emplean los medios de comunicación, o como decimos nosotros, los medios de propaganda. Antes era el sermón del cura, hoy es Tele5, la cadena COPE, la SER,... que vienen a ser parecidos en cuanto a sus objetivos.
Por otra parte está el ESTADO. Pretenden hacernos creer que el Estado es una cosa que existe desde siempre, o que lo crearon las personas mediante un contrato social para hacer posible la vida de la gente: evitar los delitos, mantener el orden, preservar la vida... Ambos argumentos son rotundamente falsos: en las sociedades primitivas no había Estado; este aparece curiosamente con el esclavismo, con la aparición de las clases sociales -por ejemplo, el Estado teocrático egipcio-. Por otra parte, nadie ha preguntado jamás al pueblo si desea un Estado o no, simplemente se lo han impuesto, así que ¿de qué contrato social estamos hablando?. Esto es porque la esencia del Estado es mantener el orden establecido mediante la coerción, la violencia y, a veces, con el terror. Lenin definía el Estado como “violencia organizada de una clase sobre otra“. Es decir, el Estado burgués está al servicio de la burguesía, y esta lo utiliza para perpetuarse, para impedir que nada cambie: reprimir huelgas y manifestaciones, encarcelar subversivos, combatir al movimiento antiimperialista. El Estado consta esencialmente de cuatro APARATOS REPRESIVOS: los cuerpos policiales, el ejército, la judicatura y las cárceles. A veces llega a emplear el terrorismo puro y duro (como por ejemplo los GAL). El resto de las INSTITUCIONES, administración, partidos burgueses, escuelas, iglesias... sirven, o bien para administrar el capitalismo o para difundir sus ideologías entre las masas.
¿Qué relación existe entre la BASE ECONÓMICA -relaciones sociales de producción/fuerzas productivas- y la SUPERESTRUCTURA -ideologías, instituciones y estado-?. Pues ocurre que cuando se producen cambios en la BASE ECONÓMICA (también llamada INFRAESTRUCTURA), esto tiene su reflejo en cambios en la SUPERESTRUCTURA. Así, cuando se han producido cambios en la estructura económica española -flexibilización del despido, recorte de las pensiones, economía especulativa, reducción de salarios, precariedad laboral, contratos basura...- ello ha producido un cambio en la superestructura: por una parte nos bombardean con propaganda neoliberal, con cultura neoliberal -competitividad- y, por otra parte, se ha readecuado la estructura institucional - empresas de trabajo temporal, privatizaciones, absorción por parte del estado de los sindicatos antes de clase,...-. Con el proceso de construcción de la Europa del Capital también nos han vomitado cantidades ingentes de cultura neoliberal, y las estructuras políticas se han tenido que amoldar a las nuevas estructuras del capitalismo europeo -incluso se está preparando el euroejército-. Todos los cambios en las ideologías y en las estructuras institucionales se producen después de los cambios en las estructuras económicas, y no antes. Es decir, que la infraestructura determina la superestructura. Esta conocida ley que descubrieron Marx y Engels significa que la causa de todos los fenómenos y procesos que se producen en la órbita de la superestructura hay que buscarlos en la base económica, y los procesos que se producen en ésta hay que buscarlos en su propio desarrollo y en su propia lógica y no en otro sitio.
El capitalismo
El capitalismo es uno de los modos de producción basados en la propiedad privada sobre los medios de producción. Como es el que nos ha tocado combatir vamos a analizarlo de manera un poco más profunda.
El capitalismo es un modo de producción que se instaura en Europa aproximadamente a partir de 1789 - con la Revolución Francesa- y, progresivamente se expande por todo el mundo. Como sabemos, el cambio de sistema -del modelo feudal al capitalismo- se produjo de manera radical y revolucionaria. La burguesía, que era la clase social objetivamente interesada en la desaparición del caduco modo de producción feudal -porque impedía su enriquecimiento mediante los gremios, la estructura de posesión de materias primas por feudos...-, se puso a la cabeza de las masas para conducirlas hacia el capitalismo.
La esencia del capitalismo consiste en que los miembros de una clase -la de los capitalistas- es propietaria de las fábricas, de las máquinas, de las herramientas de trabajo y de los materiales y materias primas, mientras que los miembros de otra clase -la del proletariado , que no tienen nada de esto, poseen tan solo su propia fuerza de trabajo. Todo el mundo sabe que, aunque traten de vendernos las mentiras burguesas de que aquí todo el mundo es libre, y hace lo que quiere -no como en las dictaduras comunistas-, realmente sin dinero no puedes hacer absolutamente (los burgueses confunden dinero con libertad). Y además, hay que trabajar en las condiciones que marca el patrón. De manera que, de libertad, nada. Los obreros están esclavizados y obligados a vender todos los días su fuerza de trabajo para poder malvivir.
Claro que según la burguesía, no hay nada de malo en trabajar: al fin y al cabo ellos también trabajan -hay que tener la cara muy dura para llamar trabajo a embolsarse todos los años los millones de beneficios de sus empresas mientras se pasan la vida en sus yates. De todas formas, según ellos, en el proceso de producción, los obreros reciben un salario justo por su trabajo, y los capitalistas ganan dinero porque aportan el capital. Veamos esto detenidamente porque es aquí donde reside la esencia de la explotación capitalista.
Vamos a ir despacito. Más o menos todos sabemos como se producen las cosas: los materiales van pasando de mano en mano, de trabajador en trabajador, hasta que sale un producto final. Por ejemplo, un trabajador tala un árbol, otro hace leña, un tercero la transporta durante dos horas hasta la fábrica, donde, en una cadena de producción, doce obreros van metiendo horas hasta que sale una silla. Hasta aquí el capitalista no aparece por ninguna parte. Bueno, sí: es el dueño del bosque, de las sierras, de los camiones, de la fábrica... o sea, es el dueño de todo, y además, paga a los obreros. Claro que también puede imaginarse uno una cooperativa de obreros que siendo los dueños de todo eso, llevarán a cabo el mismo trabajo y las sillas seguirían produciéndose. De modo que, ¿donde está el famoso trabajo del patrón?. Si no hubiera capitalistas la producción seguiría adelante.
Pero, a lo que íbamos. Vemos como, a cada paso, el material va ganando valor: si a alguien se le ocurriera cambiar unos troncos por un coche -por ejemplo- le harían falta bastantes troncos. Pero con sillas la cosa es diferente1. Además, vemos como, a cada paso, el trabajo se orienta en una dirección concreta: los obreros de la fábrica trabajan para crear sillas y no mesas. Es decir, su trabajo define la utilidad del producto.
Así pues, vemos como las MERCANCÍAS -que por cierto, son los productos destinados al intercambio, o sea, los productos que se hacen para venderlos- tienen un doble valor: por una parte, sirven para algo, es decir, cubren una necesidad concreta. A esto lo llamamos VALOR DE USO. Pero, por otra parte, las mercancías se intercambian unas por otras en una determinada proporción -por ejemplo, un coche dos mil sillas, y no por cuatrocientas-. A esta capacidad de ser intercambiadas en determinadas proporciones es a lo que se denomina VALOR DE CAMBIO de las mercancías. Todo lo que el ser humano produce para ser intercambiado -es decir, toda mercancía- tiene un valor de cambio. El valor de cambio es siempre relativo a otra mercancía. Por ejemplo, el valor de cambio de un coche dicho en sillas es, por ejemplo, de dos mil.
El PRECIO de una mercancía, por otra parte, no es más que el valor de cambio de una mercancía expresado en dinero. Por ejemplo, si un tornillo vale 10 céntimos, eso quiere decir que su valor de cambio, dicho en dinero, son 10 céntimos. Y el DINERO no es más que una mercancía que sirve para equiparar otras: en vez de andar por la vida cambiando troncos por coches -lo cual, aparte de una tontería, es muy poco práctico y obliga a conocer las equivalencias de unas ochocientas mercancías- es más fácil cambiar troncos por dinero y dinero por coches -o sea, vender y comprar-.
Toda mercancía tiene, por lo tanto, valor de uso y valor de cambio. Sigamos. ¿De dónde le viene el valor de uso y el valor de cambio a una mercancía?. Respuesta de los capitalistas: de la empresa. ¡Por favor! Una empresa son un grupo de trabajadores trabajando sobre unos materiales con unas herramientas y una maquinaria, más un patrón que se saca una pasta de todo el tinglado. Segunda respuesta de los capitalistas: Vale, el valor viene de los trabajadores y de las máquinas. Ya, lo de siempre. Pero es que los trabajadores, aún sin herramientas, tan solo con sus manos, pueden producir cosas, mientras que un martillo no clava clavos solo, así por telekinesis. Y ahora que ya hemos machacado los argumentos de la burguesía, sigamos.
¿Cual es, pues, la fuente del valor? Pues ya lo hemos dicho: unos obreros trabajan para talar la madera, otros obreros trabajan para construir una silla... El trabajo es, efectivamente, la fuente de valor, de riqueza. Y el trabajo, como todos sabemos, se mide en tiempo, en horas. Hasta aquí todos de acuerdo. Ahora bien, si el capitalista paga un salario a los obreros ¿Cómo es que saca ganancia, cómo es que está podrido de millones?. Respuesta tonta del capitalista: es que, al vender, especulo y entonces saco beneficio. Este argumento es perfectamente imbecil: claro está que cada capitalista especula -trata de vender lo más caro posible-. Pero lo que gana cuando vende sus mercancías, lo pierde cuando compra las de los demás capitalistas: materias primas, herramientas... o cuando compra bienes para sí mismo. De modo que de ahí malamente puede salir la ganancia. Luego solo hay un sitio de donde puede proceder: de los obreros. ¿El sistema?. Fácil: basta con pagarles menos del valor de lo que producen.
Ejemplo rápido: Chús Pérez produce, en las 8 horas de trabajo que dura su jornada, botellas de vidrio por un valor equivalente de 120 euros. Pero el solo cobra un salario de 50 euros por sus 8 horas. Auí hay algo que no encaja: ¿Qué pasa con los 70 euros que faltan?. Lo que todos suponemos: se las queda el capitalista. Visto de otra manera: al ritmo que trabaja el tal Chús, en tan solo 3 horas y media ya ha producido producido botellas por valor de 50 euros -o sea, ya se ha ganado el sueldo-. Pero él tiene que seguir trabajando el resto de su jornada. Luego trabaja 3 horas y media para el y 4 horas y media para el capitalista. Estas horas -llamadas TIEMPO ADICIONAL DE TRABAJO- las trabaja gratis, sin remuneración ninguna, y todo lo que se produce en ellas -las botellas por valor de los 70 dichosos euros- se las apropia el capitalista, así, por la cara.
Pues bien, aquí es precisamente donde está el quid de la cuestión: bajo el modo de producción capitalista, la clase burguesa explota sistemáticamente a la clase obrera mediante la apropiación gratuita del fruto del trabajo que los obreros realizan durante la parte de la jornada no remunerada. Por cierto, el valor producido en ese tiempo adicional es la famosa PLUSVALÍA.
La lucha de clases bajo el capitalismo: el movimiento obrero
Ante esta situación de explotación, al proletariado le es necesaria la lucha en defensa de sus intereses como clase: los intereses de la burguesía –aumentar la explotación, la plusvalía- y los del proletariado –acabar con la explotación capitalista- son, evidentemente, antagónicos, opuestos, irreconciliables.
Desde el principio, el proletariado empezó a organizarse para la lucha. La historia del movimiento obrero es la historia del movimiento ascendente de la lucha de clases, desde formas muy primitivas y rudimentarias de lucha hasta la creación de estructuras de combate que permitieron la victoria de la clase obrera en numerosos países de todo el mundo. Veamos los peldaños más importantes de las ORGANIZACIONES DE LUCHA obreras:
La ACCIÓN ESPONTÁNEA: es la primera forma de lucha. Surge a principios del siglo XIX, y va encaminada a la destrucción de maquinaria (ludismo), a la que se considera culpable de la explotación obrera.
Las MUTUAS DE SOCORRO –cajas de socorro a obreros enfermos, en paro...- tienen gran importancia, pues sientan las bases para:
La creación de los SINDICATOS: surgen en Inglaterra –la Grand Trade Union en 1824-. El movimiento sindical, en todos los países, es, en un primer momento, de carácter local o por ramas. Progresivamente se tiende a las grandes centrales sindicales capaces de unificar las fuerzas del proletariado en su lucha contra la burguesía. La creación de los sindicatos es esencial en el desarrollo de la lucha de clases, pues supone la organización de obreros conscientes de pertenecer a una misma clase social.
Las INTERNACIONALES obreras: a causa de la mundialización del capitalismo, se hace imprescindible la coordinación del movimiento obrero a nivel mundial. Para ello se organizan las Internacionales. La I Internacional –o Asociación Internacional de Trabajadores- fue creada y dirigida por K. Marx y F. Engels en 1866. Posteriormente, surgirán más Internacionales obreras.
Los PARTIDOS OBREROS: consciente de que, en la lucha contra el capitalismo, no sirve tan solo la lucha por los intereses llamados económicos – salarios, condiciones laborales...-, la clase obrera necesita organizar la lucha política e ideológica en torno a los Partidos obreros, allá en el último cuarto del siglo XIX. Más adelante hablaremos de las funciones y características del Partido.
Claro está que estas no son las únicas formas organizativas de la clase obrera, pero sí las más importantes y las que se desarrollan en todo el planeta conforme se desarrolla el capitalismo. Por cierto que no siempre conservan este orden cronológico y que, además, la historia del movimiento obrero –como todo- está lleno de retrocesos, zigzagueos, cambios. Pero esencialmente, estas han sido las más importantes organizaciones de combate del proletariado. Pero, ¿qué tipos de lucha lleva a cabo la clase obrera?. Pues fundamentalmente, de tres tipos. Son sus FRENTES DE LUCHA:
LUCHA ECONÓMICA: la lucha por los intereses inmediatos del proletariado –mejoras laborales, subidas de salarios, impedimento de despidos, convenios...-. Es el primer frente de lucha, al que llegan casi todos los trabajadores. Es la lucha por los intereses inmediatos de la clase obrera.
LUCHA IDEOLÓGICA: es el enfrentamiento a toda la basura ideológica de la burguesía, es quitarle a la gente determinadas ideas que lleva en la cabeza porque se las han metido por la tele o en la escuela. También consiste en luchar contra los que dicen defender a los trabajadores –P$OE, UGT...- pero, a la postre, defienden al capital.
LUCHA POLÍTICA: es la lucha por la que el proletariado consigue más “zonas de poder”, es decir, influencia social, capacidad de respuesta y combate, organización y coordinación... En último extremo, la lucha política es la lucha encaminada a la toma del Poder político en sí –o sea, la Revolución-, como luego veremos. Claro que, así entendida, toda lucha es realmente lucha política: una huelga coordina y organiza a la clase obrera, un piquete aumenta su poder, una manifestación de trabajadores incrementa su influencia social, denunciar las mentiras del capitalismo encamina las ideas de los obreros hacia sus objetivos reales... Y, como el objetivo político de la clase obrera no es sino su emancipación económica, se entiende la, de otra manera misteriosa, afirmación de mar de que toda manifestación de la lucha de clases es, realmente, lucha política, y toda lucha política gira en torno a la lucha económica. Bien pensado, no resulta tan enrevesado.
El socialismo y el comunismo
Con la desaparición objetiva de las clases sociales, la consolidación del Estado socialista y el fin de la reacción contrarrevolucionaria abierta, comienza la etapa de construcción del socialismo. El SOCIALISMO es en sí comunismo, aunque en una fase inferior: todavía existen clases –el proletariado y el campesinado- y existe un Estado –el socialista-. Pero, por una parte, las relaciones entre el campesinado y el proletariado no son antagónicas, sino que persiguen el mismo fin: la consecución del comunismo. Y, por otra parte, el Estado socialista no es un Estado ya. Porque, conforme el poder va pasando realmente a las masas –la administración de la economía, de la vida, de la autodefensa...- el Estado va desapareciendo, “extinguiéndose”, como decía Engels. Conforme avanza el socialismo, se extingue el Estado, y las distinciones entre las dos clases amigas se difuminan hasta fraguar una nueva categoría histórica: cuando ambos participan de igual manera en la gestión económica de los medios de producción, se conforma el Pueblo, sin diferencias clasistas.
Es esencial tener en cuenta cual es el medio principal para la socialización efectiva y real de los medios de producción: la ECONOMÍA PLANIFICADA. Esto quiere decir que la evaluación de las necesidades sociales, el cómo producir los bienes que se necesitan para satisfacerlas, la producción misma, su distribución y su consumo no son, como en el capitalismo, decididos por las grandes multinacionales, ni existe superproducción en unos sectores y escasez en otros, sino que, al planificarse todo el proceso productivo, se puede adecuar tanto a las necesidades como a la capacidad real de producción de las masas. Progresivamente, la planificación económica se va descentralizando hasta que cada individuo es consciente tanto del proceso general de producción como de sus tareas concretas, y participa en su gestión, administración y decisión.
Por otra parte, con el socialismo, y al calor de las nuevas relaciones sociales de producción –las socialistas-, se va formando un nuevo tipo de persona: el individuo no egoísta –pues ya no existe la propiedad-, el individuo que entiende como iguales a los demás –porque ya no existen las clases-, el individuo que forma parte conscientemente de la planificación y ejecución de la producción, de manera seria pero ilusionada: en una palabra, el hombre nuevo socialista.
De esta manera, conforme se transforma la infraestructura económica, va cambiando la superestructura ideológica –tanto las instituciones como la mentalidad de las personas-.
Cuando el socialismo, gracias a la economía planificada y a las inmensas fuerzas productivas desatadas por la Revolución, alcanza unas grandes dimensiones, cuando la técnica y la ciencia están desarrolladas, cuando la mayoría del Pueblo participa activamente en la administración de la vida social, cuando ya no existen diferencias de clase, cuando el Estado prácticamente desaparece y, lo más importante, cuando el socialismo ha triunfado en todos o la mayoría de los países del mundo –y, por lo tanto, no existen ya amenazas reales para el triunfo del proletariado- se alcanza el COMUNISMO, régimen histórico caracterizado por la inexistencia de clases, Estado ni explotación, y en el que se cumple la consigna “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”. Es decir, como, por una parte, la producción ha aumentado de forma gigantesca gracias a la planificación de la economía y, por otra parte, ya ha surgido y se ha difundido, de generación revolucionaria en generación revolucionaria, el hombre nuevo socialista, con una forma de pensar completamente distinta de los prejuicios y valores burgueses, será posible que cada individuo aporte al colectivo aquello que pueda, y reciba del trabajo social aquello que necesite para satisfacer sus necesidades. Con el triunfo del comunismo dejará de ser necesario un aparato represivo – Estado-, pues desaparecerán las causas objetivas que de le dieron vida: las clases.
El triunfo del comunismo no es un deseo de unos cuantos, o una utopía, como suele decirse –incluso en nuestras propias filas-. El comunismo es un modo de producción histórico inevitable. El comunismo significa el fin de miles de años de explotación, precisamente porque la explotación del hombre por el hombre ha dejado de ser progresiva: es reaccionaria, anticuada y vieja. El comunismo se impondrá porque así lo dictan las ineluctables leyes de la historia, condensadas en la ciencia marxista-leninista. Su triunfo imparable, por mucho que le pese a la burguesía. A nosotros, a nuestra capacidad de trabajo, a las masas obreras y a su Partido compete que esto se produzca dentro de muchos años o, por el contrario, que nosotros mismos podamos ver con nuestros propios ojos la victoria del comunismo.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
martes, 20 de noviembre de 2007
Los Soviets en acción
Entre el coro de insultos y falsedades dirigido contra los soviets rusos por parte de la prensa capitalista se puede escuchar una voz estridente que grita con una especie de pánico: "¡No hay gobierno en Rusia! ¡No hay organización entre los trabajadores rusos! ¡No funcionará! ¡No funcionará!".
Es la táctica de la calumnia.
Como todo auténtico socialista sabe, y como los que hemos visto la revolución rusa podemos atestiguar, existe actualmente en Moscú y en todas las ciudades y pueblos de Rusia una estructura política enormemente compleja, sostenida por la mayoría del pueblo y que funciona tan bien como ningún otro gobierno popular recién nacido ha funcionado jamás. Los trabajadores de Rusia han construido a partir de sus necesidades vitales una organización económica que está evolucionando hacia una verdadera democracia industrial.
El Estado Soviético está basado en los Soviets -o Consejos- de trabajadores y en los Soviets de campesinos. Estos Consejos -instituciones características de la Revolución Rusia- se originaron en 1905, cuando durante la primera huelga general de los trabajadores, las fábricas de Petrogrado y las organizaciones obreras enviaron delegados al Comité Central. Este Comité de Huelga fue llamado Consejo de Diputados Obreros. Convocó la segunda huelga general en el otoño de 1905, mandó organizaciones a toda Rusia y por un breve lapso de tiempo fue reconocido por el Gobierno Imperial como el interlocutor autorizado de la clase trabajadora revolucionaria rusa.
Con el fracaso de la revolución de 1905, los miembros del Consejo huyeron o fueron deportados a Siberia. Pero ese tipo de unión resultó tan sorprendentemente efectiva como órgano político que todos los partidos revolucionarios incluyeron un Consejo de Diputados Obreros en su planes para un futuro levantamiento.
En marzo de 1917, cuando ante una Rusia que brama como un océano, el zar abdicó, el Gran Duque Miguel rechazó el trono y la reclutante Duma (el seudoparlamento zarista) fue forzada a tomar las riendas del gobierno, el Consejo de Diputados Obreros renació de nuevo. En pocos días fue ampliado par incluir delegados del Ejército, pasando a llamarse Consejo de Diputados de Obreros y Soldados. Excepto Kerensky, la Duma estaba compuesta de burgueses y no tenía conexión alguna con las masas revolucionarias. La lucha había de continuar, debía restablecerse el orden, mantenerse el frente ...los miembros del Comité de la Duma no estaban en condiciones de llevar a cabo esas tareas; se vieron obligados a llamar a los representantes de los trabajadores y los soldados - en otras palabras- al Consejo. El Consejo se hizo cargo del trabajo de la revolución, de la coordinación de las actividades del pueblo, de la preservación del orden. Además asumió la tarea de asegurar la revolución contra la traición de la burguesía.
Desde el momento en que la Duma se vio forzada a apelar al Consejo, en Rusia existieron dos gobiernos, y dos gobiernos lucharon por el poder hasta noviembre de 1917, cuando los soviets, bajo el control bolchevique, derribaron a la coalición de gobierno.
Había, como he dicho, Soviets de diputados tanto obreros como soldados. Algo más tarde surgieron los soviets de Diputados Campesinos. En la mayoría de las ciudades los Soviets Obreros y Soldados se reunían juntos; también convocaban sus Congresos Panrusos conjuntamente. Los soviets de Campesinos, sin embrago, estaban dominados por elementos reaccionarios y no se unieron a los obreros y soldados hasta la revolución de Noviembre y el establecimiento del Gobierno Soviético.
¿Quiénes eran los miembros de los Soviets?
El soviet se basa directamente en los trabajadores en las fábricas y en los campesinos en los campos. Al principio los delegados de los soviets de Obreros, Soldados y Campesinos, eran elegidos de acuerdo con reglas que variaban según las necesidades y la población de las diferentes localidades. En algunos pueblos los campesinos elegían un delegado por cada cincuenta electores. Los soldados en los cuarteles tenían derecho a un cierto número de delegados por regimiento, sin consideración a su fuerza; las tropas en el frente, sin embargo, elegían a sus soviets de manera diferente. En cuanto a los trabajadores en las grandes ciudades, pronto descubrieron que los soviets eran difíciles de manejar a menos que los delegados fuesen limitados a uno cada quinientos. De la misma manera, los primeros Congresos Panrusos de los Soviets se basaron aproximadamente en un delegado por cada veinticinco mil votantes, aunque de hecho los delegados representaban circunscripciones de varios tamaños.
Hasta febrero de 1918 cualquiera podía votar delegados para los Soviets. Incluso si los burgueses hubieran organizado y solicitado representación en los Soviets, se les hubiera otorgado. Por ejemplo, durante los mandatos del Gobierno Provisional, hubo una representación burguesa en el Soviet de Petrogrado -un delegado de la Unión de Hombres Profesionales, que comprendía doctores, juristas, profesores, etc.-.
El pasado marzo la constitución de los Soviets fue desarrollada con detalle y aplicada universalmente.
Restringía el derecho de voto a:
Ciudadanos de todas las Repúblicas Socialistas Soviéticas de ambos sexos que hayan cumplido dieciocho años el día de las elecciones ...
Todos aquéllos que se ganen la vida a través del trabajo productivo y útil de la sociedad y que sean miembros de los sindicatos ...
Quedaban excluidos del derecho a voto: los que emplean fuerza de trabajo par obtener beneficio; las personas que viven de plusvalías; comerciantes y agentes privados de negocios; empresarios de comunidades religiosas; ex-miembros de la policía y de la gendarmería; la antigua dinastía reinante; los deficientes mentales; los sordomudos; y todos los condenados por delitos menores mezquinos e indignos.
En cuanto a los campesinos, cada cien de ellos en lo pueblos eligen un representante para el Soviet del Volost, o Municipio. Los Soviets de los Volost envían delegados a los Soviets del Uyezd, o condado, el cual a su vez envía delegados al Soviet del Oblast, o provincia, para el cual también se eligen delegados de los Soviets de Trabajadores de las ciudades.
El Soviet de Petrogrado de Diputados Obreros y Soldados, que operaban cuando estuve en Rusia, puede servir como ejemplo de como funcionan las unidades urbanas de gobierno en un estado Socialista.
Constaba de unos 1200 diputados, y en circunstancias normales celebraba una sesión plenaria cada dos semanas. Entretanto elegía a un Comité Ejecutivo Central de 110 miembros, proporcionalmente a los partidos, y este Comité Central añadía por invitación a delegados de los comités centrales de los sindicatos, de los comités de las fabricas y de otras organizaciones democráticas.
Junto al Soviet de la gran ciudad, existían también los Rayon, o Soviets de distrito. Estaban compuestos de diputados electos para el soviet de la ciudad por cada distrito y administraban su zona de la ciudad. Naturalmente, en algunos distritos no había fábricas y, por tanto, tampoco representación de esos distritos, ni en el Soviet de la ciudad ni en el Soviet de distrito. Pero el sistema soviético es extraordinariamente flexible, y, si los cocineros y los camareros, o los basureros, o los porteros, o los conductores de ese distrito se organizaban y solicitaban representación, se les concedían delegados.
Las elecciones de los delegados están basadas en la representación proporcional, lo que significa que los partidos políticos están representados en proporción exacta al número total de votantes de la ciudad. Y son los partidos políticos y los programas los que votan, no los candidatos. Los candidatos son designados por los comités centrales de los partido políticos, que pueden reemplazarlos por otros miembros del partido. Asimismo, los delegados no son elegidos por un plazo de tiempo determinado, sino que pueden ser revocados en cualquier momento.
Nunca antes se creó un cuerpo político más sensible y perceptivo a la voluntad popular. Esto era necesario, pues en los períodos revolucionarios, la voluntad popular cambia con gran rapidez. Por ejemplo, durante la primera semana de diciembre de 1917 hubo desfiles y manifestaciones en favor de la Asamblea Constituyente -es decir, contra el poder soviético-. Uno de esos desfiles fue tiroteado por algún Guardia Rojo irresponsable y varias personas murieron. La reacción a esa estúpida violencia fue inmediata. Más de una docena de diputados bolcheviques fueron cesados y reemplazados por mencheviques. Pasaron tres semanas antes de que el sentimiento popular se tranquilizara y los mencheviques fueran reemplazados uno a uno de nuevo por los bolcheviques.
El Estado Soviético
Al menos dos veces al año se eligen delegados de toda Rusia para el Congreso de Soviets Panruso. Teóricamente estos delegados se eligen por designación popular directa; en las provincias uno por cada 125.000 votantes; en las ciudades uno por cada 25.000; sin embargo en la práctica, son normalmente elegidos por los soviets provinciales y urbanos. Se puede convocar una sesión extraordinaria del congreso en cualquier momento, a iniciativa del Comité Central Ejecutivo Panruso, o a petición de soviets que representen un tercio de la población trabajadora de Rusia.
Este órgano, formado por unos 2.000 delegados, se reúne en la capital en forma de gran soviet y decide sobre los asuntos esenciales de la política nacional. Elige un Comité Central Ejecutivo, como el Comité Central del Soviet de Petrogrado, que invita a los delegados de los comités centrales de todas las organizaciones democráticas.
Este Comité Central Ejecutivo de los Soviets Panruso aumentado, es el parlamento de la República Rusa. Está formado por unas 350 personas. Entre los Congresos Panrusos es la autoridad suprema, pero no debe actuar al margen de las líneas dictadas por el último Congreso y es absolutamente responsable de todos sus actos ante el siguiente Congreso.
Por ejemplo, el Comité Central Ejecutivo puede, y lo hizo, ordenar que se firmara el tratado de paz con Alemania. Pero no pudo hacer que este tratado vinculara a Rusia. Sólo el Congreso Panruso tiene poder para ratificar el tratado.
El Comité Ejecutivo Central elige entre sus miembros once delegados como presidentes de comités a cargo de los diferentes departamentos del gobierno, en el lugar de los ministros. Estos delegados pueden ser destituidos en cualquier momento. Son absolutamente responsables ante el Comité Central Ejecutivo. Los delegados eligen a un Presidente. Desde que se ha constituido el Gobierno Soviético este presidente- o primer ministro- ha sido Nicolai Lenin. Si su dirección fuera insatisfactoria, Lenin podría ser destituido en cualquier momento por la delegación de las masas del pueblo ruso o en el plazo de unas pocas semanas por el propio pueblo ruso directamente.
La principal función de los soviets es la defensa y consolidación de la revolución. Expresan la voluntad política de las masas no sólo en los Congresos Panrusos, donde su autoridad es casi suprema. Esta centralización existe porque los soviets locales crean el gobierno central y no el gobierno central los soviets locales. A pesar de la autonomía local, sin embargo, los decretos del comité Central Ejecutivo y las órdenes de los delegados son válidos para todo el país, porque en la república Soviética no hay intereses sectoriales privados que servir, y la causa de la Revolución es en todas partes la misma.
Observadores mal informados, la mayoría de ellos de la intelligentsia de clase media, acostumbran a decir que están a favor de los soviets, pero contra los bolcheviques. Esto es un absurdo. Los soviets son los órganos de representación más perfecta de la clase trabajadora, eso es verdad, pero son también las armas de la dictadura del proletariado, a la que todos los partidos anti-bolcheviques se oponen encarnizadamente. Así, la disposición de la gente a adherirse a la política de la dictadura del proletariado no sólo se mide por los miembros del partido bolchevique -partido comunista, como ahora se llama-,sino también por el crecimiento y actividad de los soviets locales de Rusia.
El ejemplo más notable de esto lo encontramos entre los campesinos, que no tomaron la dirección de la revolución, y cuyo primer y casi exclusivo interés en ella fue la confiscación de las grandes fincas. Los soviets de Diputados Campesinos no tenían al principio prácticamente otra función que la solución del problema de la tierra. Fue el fracaso en la solución a este problema el que volvió la atención de la gran masa de campesinos hacia las razones sociales que había tras este fracaso - eso, unido a la propaganda continua del ala izquierda de los partidos revolucionarios Socialistas y Bolcheviques y a la vuelta a los pueblos de los soldados revolucionarios.
El partido tradicional de los campesinos es el Partido Socialista Revolucionario. La gran masa inerte de campesinos cuyo único interés era su tierra y que nunca había tenido fuerza luchadora ni iniciativa política, al principio rechazó tener algo que ver con los soviets. Sin embargo, aquellos campesinos que participaron en los soviets, pronto despertaron a la idea de la dictadura del proletariado. Y casi invariablemente ingresaron y se convirtieron en partidarios del gobierno soviético.
En el Comisariado de Agricultura de Petrogrado hay un mapa de Rusia, salpicado de alfileres rojos. Cada uno de esos alfileres representa un Soviet de Diputados Campesino. La primer vez que vi el mapa, fijado en el viejo cuartel general de los Soviets de campesinos en Fontanka, los puntos rojos se esparcían diseminados por el vasto país, y su numero no aumentaba. En los primeros ocho meses de la revolución, había volosts, uyezds, provincias enteras, de hecho, donde sólo una o dos grandes ciudades y quizá unos cuantos pueblo dispersos tenían un Soviet de campesinos. Sin embargo, después de la revolución de noviembre podías ver a toda Rusia enrojecer ante tus ojos, a medida que pueblo tras pueblo, condado tras condado, provincia tras provincia, se levantaba y formaba su Consejo de Campesinos.
En el momento de la insurrección bolchevique podría haberse elegido una Asamblea Constituyente con una mayoría anti-soviética. Un mes después esto habría sido imposible. Yo vi tres Convenciones Panrusas de Campesinos en Petrogrado. Los delegados llegaban -la gran mayoría de ellos revolucionarios socialistas del ala derecha-. Comenzaba la sesión -y siempre eran sesiones violentas- bajo la presencia de Avksentiev o Peshekhanov. En pocos días se desplazarían hacia la izquierda y serían dominados por seudo-radicales como Tchernov. Poridonova sería elegida presidenta. Entonces la minoría conservadora se escindiría y montaría una convención alternativa que en pocos días acabaría en nada. Y la mayoría enviaría delegados para unirse a los Soviets en Smolny. Esto pasó cada una de la veces.
Nunca olvidaré la Conferencia de Campesinos que tuvo lugar a finales de noviembre y cómo Tchernov luchó por el control y lo perdió, y esa maravillosa marcha de proletarios encanecidos por el polvo que marchaba hacia Smolny a través de las calles nevadas, cantando, con sus banderas rojo-sangre ondeando en el viento helado. Era noche cerrada. En los escalones de Smolny cientos de hombres trabajadores esperaban para recibir a sus hermanos campesinos, y, bajo la débil luz, las dos masas, una descendiendo y la otra ascendiendo, se fundieron rápidamente y se abrazaban, y lloraban, y aplaudían.
Los Soviets pueden aprobar decretos que supongan cambios económicos fundamentales, pero deben llevarse a cabo por las propias organizaciones populares locales.
La confiscación y distribución de la tierra, por ejemplo, se dejó en manos de los Comités de la Tierra de los Campesinos. Estos Comités de la Tierra fueron elegidos por los campesinos a propuesta del Príncipe Lvov, el primer jefe del gobierno provisional. Con respecto a la cuestión de la tierra, fue inevitable llegar a un acuerdo, según el cual, las grandes haciendas debían ser fraccionadas y distribuidas entre los campesinos. El Príncipe Lvov pidió a los campesinos que eligieran Comités de Tierra, que no sólo debían determinar sus propias necesidades agrícolas, sino también medir y hacer avalúo de las grandes fincas. Pero cuando estos comités de la Tierra intentaron funcionar, los propietarios los habían detenidos.
Cuando los Soviets tomaron el poder su primera acción fue promulgar el Decreto de la Tierra. Este Decreto no era siquiera un proyecto bolchevique, sino el programa del ala derecha (o moderada) del Partido Socialista Revolucionario, desarrollado a partir de varios centenares de peticiones de campesinos. El decreto abolió para siempre los títulos privados de la tierra o recursos naturales de Rusia y dejó a los Comité de Tierra la tarea de distribuir la tierra entre los campesinos, hasta que la Asamblea Constituyente resolviera finalmente la cuestión.
Tras la disolución de la asamblea constituyente, el decreto se hizo definitivo.
Aparte de estas pocas proposiciones generales y de una sección establecida para emigración de la población excedente en vecindarios superpoblados, los detalles de la confiscación y la distribución se dejaron enteramente a los Comités Locales de la Tierra. Kalagayev, el primer Comisario de Agricultura elaboró un detallado conjunto de reglas para guiar a los campesinos en un detallado conjunto de reglas para guiar a los campesinos en su acción. Pero Lenin, en un discurso ante el Comité central Ejecutivo, persuadió al gobierno que dejara a los campesinos llevar el asunto de una manera revolucionaria, aconsejando solamente a los campesinos pobres que se organizaran contra los campesinos ricos ("Dejad que diez campesinos pobres se enfrenten a cada campesino rico" dijo Lenin).
Por supuesto ningún campesino podía poseer su tierra, no obstante, podía tomar lo que la tierra le ofrecía y tratarlo como propiedad privada. Pero la política del gobierno, actuando a través del Comité Local de la Tierra, es desalentar esta tendencia. Los campesinos que quieren convertirse en propietarios pueden hacerlo, pero no son ayudados por el gobierno. Por el contrario, a los campesinos que cultivan cooperativamente se les dan créditos, simientes, herramientas, y formación en técnicas modernas.
Adscritos a los Comités de Tierra hay expertos en agricultura i silvicultura. Para coordinar las prácticas de los Comités Locales, se elige de entre ellos un órgano central, conocido como el Comité Principal de la Tierra, que se encuentra en la capital, en estrecho contacto con el Comisariado de Agricultura.
Cuando estalló la revolución de marzo, los propietarios y administradores de muchas plantas industriales, o bien las dejaron o fueron expulsados por los trabajadores. En las fábricas del gobierno, donde el trabajo había estado mucho tiempo a merced de burócratas irresponsables designados por el zar, se dio especialmente esta situación.
Sin directores, encargados y en muchos casos ingenieros y contables, los trabajadores se encontraban enfrentados a la alternativa de continuar trabajando o morir de hambre. Se eligió un comité, con un delgado de cada "sección" o departamento, este comité, intentó dirigir la fábrica ... Por supuesto, al principio, éste pareció un plan sin futuro. Las funciones de los diferentes departamentos podían coordinarse de ésta manera, pero la falta de formación técnica por parte de los trabajadores produjo algunos resultados grotescos.
Finalmente se celebró la reunión del comité en una de las fábricas, donde un trabajador se levantó y dijo: "Camaradas, ¿Por qué nos preocupamos? La cuestión de los técnicos expertos no es difícil. Recordad que el jefe no era un técnico experto; el jefe no sabía ingeniería, química o contabilidad. Todo lo que hacía era poseer. Cuando quería ayuda técnica, contrataba hombres que se la proporcionaran. Bien, ahora nosotros somos los jefes. ¡Contratemos ingenieros, contables, etc., que trabajen para nosotros!.
En las fábricas estatales el problema era comparativamente simple, porque la Revolución destituyó automáticamente al "jefe" y realmente nunca lo substituyó por otro. Pero cuando los Comités de Delegados de Fábrica se entendieron a las fábricas de propiedad privada, fueron duramente combatidos por los propietarios de la fábricas, la mayoría de los cuales estaban estableciendo contactos con los sindicatos.
En las fábricas privadas, además, los comités de delegados eran producto de la necesidad. Después de los tres primeros meses de la Revolución, durante los cuales la clase media y las organizaciones proletarias trabajaron juntas en una armonía utópica, los capitalistas industriales comenzaron a temer el poder creciente y la ambición de las organizaciones trabajadoras -igual que los propietarios en el campo temían al comité de la tierra y los oficiales a los comités de soldados y a los Soviets-. Durante aproximadamente la primera parte de junio, comenzó la campaña más o menos consciente de toda la burguesía para detener la revolución y descomponer las organizaciones democráticas. Empezando por los Comités de delegados de Fábrica, los propietarios industriales planeaban barrerlo todo, incluidos los soviets. El ejército estaba desorganizado, se desviaban suministros, municiones y comida, y se entregaban posiciones reales a los alemanes, como Riga; en el campo, se persuadió a los campesinos para que guardaran el grano y provocaran desórdenes que dieron a los cosacos una excusa para "restaurar la paz"; y la industria. Más importante que todo lo demás, la maquinaria y el propio funcionamiento de las fábricas fueron saboteados, el transporte aún más destrozado y las minas de carbón y metal y las fuentes de materias primas dañadas lo más posible. No se ahorraron esfuerzos para cerrar las fábricas y rendir a los trabajadores, a fin de que volvieran a someterse al viejo régimen industrial.
Los trabajadores se vieron forzados a resistir a esto. El Comité de Delegados de Fábrica reaccionó y tomó el mando. Por supuesto, al principio, los trabajadores rusos cometieron absurdos errores, como se ha dicho a todo el mundo una y otra vez. Pedían salarios imposibles, intentaron llevar a cabo procesos de manufactura técnicamente complicados sin experiencia suficiente, en algunos casos incluso pidieron al jefe que volviera bajo sus propias condiciones.
Pero tales casos son una ínfima minoría; en la mayoría de las plantas trabajadoras eran lo bastante ingeniosos como para ser capaces de llevar la industria sin los jefes.
Los propietarios intentaron falsificar los libros, ocultar pedidos; el Comité de Delegados de Fábrica se vio obligado a encontrar formas de control de los libros. Los propietario trataron de robar piezas de las máquinas; así, el comité tuvo que reglamentar que nada debía entrar o salir de la planta sin permiso. Cuando la fábrica iba a cerrar por falta de combustible, materias primas o pedidos, el Comité de Delegados de Fábrica tenía que enviar hombres a través de media Rusia a las minas, o al Cáucaso a por aceite, o a Crimea a por algodón; y los trabajadores habían de enviar delegados a vender el producto. Durante el paro de los ferrocarriles, los agentes del comité tuvieron que llegar a acuerdo con el Sindicato de Ferroviarios para el transporte de cargas. Para defenderlo contra los huelguistas, el Comité tuvo que asumir la función de contratar y relevar a trabajadores.
Así el Comité de Delegados de Fábrica fue una creación de la anarquía rusa, forzada por la necesidad de aprender cómo aprender a dirigir la industria, para que cuando llegara el momento, los trabajadores rusos pudieran asumir el control real con pocas fricciones.
Como ejemplo de la forma en que las masas trabajadoras juntas, está el asunto de las 200.000 cargas de carbón, que se sacaron de las carboneras de la flota de combate báltica en diciembre y fueron transferidas por los comités de marinos para mantener en funcionamiento las fábricas de Petrogrado durante la carestía del carbón.
La Factoría Obukhov era una planta de acero que fabricaba suministros para la Armada. El presidene del comité de Obukhov era un ruso-americano, de nombre Petrovsky, bien conocido aquí como anarquista. Una día el encargado del departamento de torpedos dijo a Petrovsky que el departamento habría de cerrar, debido a la imposibilidad de obtener ciertos pequeños tubos usados por una fábrica del otro lado del río, cuya producción se había contratado para dentro de tres meses. El cierre del departamento de torpedos significaba que 400 hombres se quedarían sin trabajo.
-"Conseguiré los tubos"- dijo Petrovsky.
Fue directo a la fábrica, donde en vez de buscar al director, se dirigió al presidente del Comité de delegados de Fábrica local.
"Camarada", dijo "si no tenemos tubos en dos días nuestro departamento de torpedos tendrá que cerrar y 400 de los chicos quedarán sin trabajo".
El presiente pidió sus libros y descubrió que tres plantas privadas cercanas habían encargado varios miles de tubos. Él y Petrovsky visitaron inmediatamente estas tres plantas y llamaron a los Presidentes de sus Comités de delegados de Fábrica. En dos de las fábricas resultó que los tubos no se necesitaban inmediatamente; y al día siguiente se entregaron los tubos a la Fábrica Obukhov, y el departamento de torpedos no cerró.
En Novgorod había una fábrica textil. Al estallar la revolución, el propietario se dijo a sí mismo, "tenemos problemas. No podremos obtener beneficios mientras esta revolución continúe. Cerremos el negocio hasta que la cosa se acabe".
Así cerró la fábrica y él, los empleados de las oficinas, los químicos, ingenieros y el director, tomaron el tren a Petrogrado. Al día siguiente los trabajadores abrieron la fábrica. Pero esos trabajadores eran quizá un poco más ignorantes que la mayoría de los trabajadores. No sabían nada de procesos técnicos de manufactura, sobre la contabilidad, dirección o venta. Eligieron un Comité de Delegados de fábrica y encontraron cierta cantidad de combustible y materias primas almacenada, dispuestas para la manufactura de tela de algodón.
No sabiendo qué se hacía con la tela de algodón una vez fabricada, primero se proveyeron en cantidad suficiente para sus familias. Después, como algunos telares estaban estropeados, enviaron a un taller de maquinaria cercano a un delegado, que propuso entregar tela a cambio de asistencia técnica. Hecho esto, llegaron a un acuerdo con la cooperativa local, para proporcionar ropa a cambio de comida. Llevaron incluso el principio del trueque al extremo de cambiar piezas de tela por combustible con los mineros de carbón de Jarkov, y por transporte con el Sindicato de Ferroviarios.
Pero finalmente saturaron el mercado local de tela de algodón y entonces chocaron con una demanda que el paño no podía satisfacer -el alquiler. Esto sucedía en los días del Gobierno Provisional, cuando aún existían propietarios. El alquiler había de pagarse con dinero. Así que cargaron un tren de tela y lo enviaron, a cargo de un delegado, a Moscú. El delegado dejó el tren en la estación y recorrió la calle. Entró en una sastrería y preguntó si el sastre necesitaba tela.
-"¿Cuánta?" - Preguntó el Sastre.
-"Un tren" - Contestó el delegado.
-"¿A qué precio?"-
-"No lo sé. ¿Cuánto pagas normalmente por la tela?".
El sastre consiguió la tela casi regalada y el delegado, que nunca había visto tanto dinero junto, volvió a Novgorod enormemente contento.
Así era como en toda Rusia los trabajadores estaban adquiriendo la formación necesaria en los fundamentos de la producción industrial e incluso la distribución, para que cuando llegara la revolución de Noviembre pudieran ocupar sus puestos en la organización del control obrero.
En junio de 1917 se celebró la primera reunión de comités de delegados. En este momento los comités apenas se habían extendido fuera de Petrogrado. Fue una reunión notable, formada por los delegados de la actual base, la mayoría de ellos bolcheviques, algunos anarco-sindicalistas; y su razón de ser era la protesta contra las tácticas de los sindicatos. En el mundo político los bolcheviques repetían que ningún socialista tenía derecho a participar en un gobierno de coalición con la burguesía. La propia reunión de delegados de comités adoptó la posición de tener la misma actitud hacia la industria.
En otras palabras, los empresarios y los trabajadores no tienen ningún interés en común; ningún trabajador con conciencia de clase puede ser miembro de una mesa de arbitraje o conciliación salvó para hacer saber a los empresarios las demandas de los trabajadores. La producción industrial ha de estar absolutamente controlada por los trabajadores.
En un primer momento los sindicatos lucharon encarnizadamente contra los Comités de Fábrica. Pero los Comités, que estaban en posición de asumir el control de la industria, consolidaron y extendieron su poder fácilmente. Muchos trabajadores podían no ver la necesidad de sindicarse, pero todos ellos veían la necesidad de participar en la elecciones del comité que controlaba sus trabajos de forma inmediata. Por otra parte los Comités de delegados reconocían el valor de los sindicatos; no se empleaba a ningún trabajador nuevo a menos que pudiera mostrar un carné de sindicato; eran los comités de delegados los que aplicaban localmente los reglamentos de los diferentes sindicatos. En este momento los sindicatos y los Comités de Fábrica trabajaban en perfecta armonía cada uno de ellos en su ámbito.
La propiedad privada de la industria no está aún abolida en Rusia. En muchas fábricas el propietario aún mantiene su título, y se le permite cierto beneficio limitado en su inversión, con la condición de que trabaje por el éxito y el aumento de la extensión de la empresa; pero se le ha quitado el control. Aquellas industrias cuyos propietarios intentan cerrar la puerta a sus trabajadores, o por el fraude o la fuerza tratan de obstaculizar las operaciones de la planta, son inmediatamente confiscadas por los trabajadores. Las condiciones, las horas y salarios de todas las industrias, de propiedad privada o estatal, son uniformes.
La razón para esta supervivencia de un semi-capitalismo en un estado proletario, reside en el pasado de la vida económica de Rusia, el estado capitalista altamente organizado circundante y la necesidad de producción industrial inmediata en Rusia, para combatir la presión de la industria extranjera.
El agente por el que el estado controla la industria, tanta el trabajo como la producción se llama Consejo de Control de Trabajadores. Este órgano central, situado en la capital está compuesto por delegados elegidos de los Consejos del Control de los Obreros locales, los cuales están formados por miembros de Comités de Delegados de Fábricas, delegados sindicales profesionales e ingenieros técnicos y expertos. Un Comité Ejecutivo Central dirige los asuntos de cada localidad, compuesto por trabajadores comunes, pero la mayoría trabajadores de otros distritos, para que sus decisiones estén libres de cualquier interés sectorial. Los consejos locales recomiendan al Consejo Panruso la confiscación de las fábricas, informan sobre las necesidades de combustible, materias primas, transporte y trabajos en sus distritos, y ayudan a los trabajadores en el aprendizaje para dirigir las diferentes industrias. El Consejo Panruso tiene autoridad para confiscar plantas y para igualar los recursos económicos de las diferentes localidades...
Si no hubiera sido por las organizaciones democráticas que existían ya antes de la revolución, no hay duda de que la revolución Rusa se habría estancado hace mucho tiempo.
La organización comercial ordinaria de distribución había sido totalmente destrozada. Sólo las sociedades cooperativas de consumidores conseguían alimentar al pueblo, y su sistema ha sido adoptado hace tiempo por los municipios, e incluso por el gobierno.
Antes de la revolución había más de veinte millones de miembros en sociedades cooperativas en Rusia. Esta es una forma muy natural para los rusos, por su parecido con la primitiva cooperación de vida rural de Rusia durante siglos.
En la fábrica Putilov, donde están empleados más de 40.000 trabajadores, la sociedad cooperativa alimentó, albergó e incluso visitó a más de 100.000 personas, proveyéndose del vestido en Inglaterra.
Es este el carácter de los rusos el que olvida la gente que piensa que Rusia no puede tener ningún gobierno porque no hay fuerza central; y cuya imagen mental de Rusia es un comité servil en Moscú, dominado por Lenin, Trotsky, y mantenido por mercenarios de la Guardia Roja.
Más bien es cierto todo lo contrario. Las organizaciones que he descrito se reproducen en casi todas las comunidades de Rusia. Y si una parte considerable de Rusia se opusiera seriamente al gobierno soviético, los Soviets no durarían ni una hora.
Es la táctica de la calumnia.
Como todo auténtico socialista sabe, y como los que hemos visto la revolución rusa podemos atestiguar, existe actualmente en Moscú y en todas las ciudades y pueblos de Rusia una estructura política enormemente compleja, sostenida por la mayoría del pueblo y que funciona tan bien como ningún otro gobierno popular recién nacido ha funcionado jamás. Los trabajadores de Rusia han construido a partir de sus necesidades vitales una organización económica que está evolucionando hacia una verdadera democracia industrial.
El Estado Soviético está basado en los Soviets -o Consejos- de trabajadores y en los Soviets de campesinos. Estos Consejos -instituciones características de la Revolución Rusia- se originaron en 1905, cuando durante la primera huelga general de los trabajadores, las fábricas de Petrogrado y las organizaciones obreras enviaron delegados al Comité Central. Este Comité de Huelga fue llamado Consejo de Diputados Obreros. Convocó la segunda huelga general en el otoño de 1905, mandó organizaciones a toda Rusia y por un breve lapso de tiempo fue reconocido por el Gobierno Imperial como el interlocutor autorizado de la clase trabajadora revolucionaria rusa.
Con el fracaso de la revolución de 1905, los miembros del Consejo huyeron o fueron deportados a Siberia. Pero ese tipo de unión resultó tan sorprendentemente efectiva como órgano político que todos los partidos revolucionarios incluyeron un Consejo de Diputados Obreros en su planes para un futuro levantamiento.
En marzo de 1917, cuando ante una Rusia que brama como un océano, el zar abdicó, el Gran Duque Miguel rechazó el trono y la reclutante Duma (el seudoparlamento zarista) fue forzada a tomar las riendas del gobierno, el Consejo de Diputados Obreros renació de nuevo. En pocos días fue ampliado par incluir delegados del Ejército, pasando a llamarse Consejo de Diputados de Obreros y Soldados. Excepto Kerensky, la Duma estaba compuesta de burgueses y no tenía conexión alguna con las masas revolucionarias. La lucha había de continuar, debía restablecerse el orden, mantenerse el frente ...los miembros del Comité de la Duma no estaban en condiciones de llevar a cabo esas tareas; se vieron obligados a llamar a los representantes de los trabajadores y los soldados - en otras palabras- al Consejo. El Consejo se hizo cargo del trabajo de la revolución, de la coordinación de las actividades del pueblo, de la preservación del orden. Además asumió la tarea de asegurar la revolución contra la traición de la burguesía.
Desde el momento en que la Duma se vio forzada a apelar al Consejo, en Rusia existieron dos gobiernos, y dos gobiernos lucharon por el poder hasta noviembre de 1917, cuando los soviets, bajo el control bolchevique, derribaron a la coalición de gobierno.
Había, como he dicho, Soviets de diputados tanto obreros como soldados. Algo más tarde surgieron los soviets de Diputados Campesinos. En la mayoría de las ciudades los Soviets Obreros y Soldados se reunían juntos; también convocaban sus Congresos Panrusos conjuntamente. Los soviets de Campesinos, sin embrago, estaban dominados por elementos reaccionarios y no se unieron a los obreros y soldados hasta la revolución de Noviembre y el establecimiento del Gobierno Soviético.
¿Quiénes eran los miembros de los Soviets?
El soviet se basa directamente en los trabajadores en las fábricas y en los campesinos en los campos. Al principio los delegados de los soviets de Obreros, Soldados y Campesinos, eran elegidos de acuerdo con reglas que variaban según las necesidades y la población de las diferentes localidades. En algunos pueblos los campesinos elegían un delegado por cada cincuenta electores. Los soldados en los cuarteles tenían derecho a un cierto número de delegados por regimiento, sin consideración a su fuerza; las tropas en el frente, sin embargo, elegían a sus soviets de manera diferente. En cuanto a los trabajadores en las grandes ciudades, pronto descubrieron que los soviets eran difíciles de manejar a menos que los delegados fuesen limitados a uno cada quinientos. De la misma manera, los primeros Congresos Panrusos de los Soviets se basaron aproximadamente en un delegado por cada veinticinco mil votantes, aunque de hecho los delegados representaban circunscripciones de varios tamaños.
Hasta febrero de 1918 cualquiera podía votar delegados para los Soviets. Incluso si los burgueses hubieran organizado y solicitado representación en los Soviets, se les hubiera otorgado. Por ejemplo, durante los mandatos del Gobierno Provisional, hubo una representación burguesa en el Soviet de Petrogrado -un delegado de la Unión de Hombres Profesionales, que comprendía doctores, juristas, profesores, etc.-.
El pasado marzo la constitución de los Soviets fue desarrollada con detalle y aplicada universalmente.
Restringía el derecho de voto a:
Ciudadanos de todas las Repúblicas Socialistas Soviéticas de ambos sexos que hayan cumplido dieciocho años el día de las elecciones ...
Todos aquéllos que se ganen la vida a través del trabajo productivo y útil de la sociedad y que sean miembros de los sindicatos ...
Quedaban excluidos del derecho a voto: los que emplean fuerza de trabajo par obtener beneficio; las personas que viven de plusvalías; comerciantes y agentes privados de negocios; empresarios de comunidades religiosas; ex-miembros de la policía y de la gendarmería; la antigua dinastía reinante; los deficientes mentales; los sordomudos; y todos los condenados por delitos menores mezquinos e indignos.
En cuanto a los campesinos, cada cien de ellos en lo pueblos eligen un representante para el Soviet del Volost, o Municipio. Los Soviets de los Volost envían delegados a los Soviets del Uyezd, o condado, el cual a su vez envía delegados al Soviet del Oblast, o provincia, para el cual también se eligen delegados de los Soviets de Trabajadores de las ciudades.
El Soviet de Petrogrado de Diputados Obreros y Soldados, que operaban cuando estuve en Rusia, puede servir como ejemplo de como funcionan las unidades urbanas de gobierno en un estado Socialista.
Constaba de unos 1200 diputados, y en circunstancias normales celebraba una sesión plenaria cada dos semanas. Entretanto elegía a un Comité Ejecutivo Central de 110 miembros, proporcionalmente a los partidos, y este Comité Central añadía por invitación a delegados de los comités centrales de los sindicatos, de los comités de las fabricas y de otras organizaciones democráticas.
Junto al Soviet de la gran ciudad, existían también los Rayon, o Soviets de distrito. Estaban compuestos de diputados electos para el soviet de la ciudad por cada distrito y administraban su zona de la ciudad. Naturalmente, en algunos distritos no había fábricas y, por tanto, tampoco representación de esos distritos, ni en el Soviet de la ciudad ni en el Soviet de distrito. Pero el sistema soviético es extraordinariamente flexible, y, si los cocineros y los camareros, o los basureros, o los porteros, o los conductores de ese distrito se organizaban y solicitaban representación, se les concedían delegados.
Las elecciones de los delegados están basadas en la representación proporcional, lo que significa que los partidos políticos están representados en proporción exacta al número total de votantes de la ciudad. Y son los partidos políticos y los programas los que votan, no los candidatos. Los candidatos son designados por los comités centrales de los partido políticos, que pueden reemplazarlos por otros miembros del partido. Asimismo, los delegados no son elegidos por un plazo de tiempo determinado, sino que pueden ser revocados en cualquier momento.
Nunca antes se creó un cuerpo político más sensible y perceptivo a la voluntad popular. Esto era necesario, pues en los períodos revolucionarios, la voluntad popular cambia con gran rapidez. Por ejemplo, durante la primera semana de diciembre de 1917 hubo desfiles y manifestaciones en favor de la Asamblea Constituyente -es decir, contra el poder soviético-. Uno de esos desfiles fue tiroteado por algún Guardia Rojo irresponsable y varias personas murieron. La reacción a esa estúpida violencia fue inmediata. Más de una docena de diputados bolcheviques fueron cesados y reemplazados por mencheviques. Pasaron tres semanas antes de que el sentimiento popular se tranquilizara y los mencheviques fueran reemplazados uno a uno de nuevo por los bolcheviques.
El Estado Soviético
Al menos dos veces al año se eligen delegados de toda Rusia para el Congreso de Soviets Panruso. Teóricamente estos delegados se eligen por designación popular directa; en las provincias uno por cada 125.000 votantes; en las ciudades uno por cada 25.000; sin embargo en la práctica, son normalmente elegidos por los soviets provinciales y urbanos. Se puede convocar una sesión extraordinaria del congreso en cualquier momento, a iniciativa del Comité Central Ejecutivo Panruso, o a petición de soviets que representen un tercio de la población trabajadora de Rusia.
Este órgano, formado por unos 2.000 delegados, se reúne en la capital en forma de gran soviet y decide sobre los asuntos esenciales de la política nacional. Elige un Comité Central Ejecutivo, como el Comité Central del Soviet de Petrogrado, que invita a los delegados de los comités centrales de todas las organizaciones democráticas.
Este Comité Central Ejecutivo de los Soviets Panruso aumentado, es el parlamento de la República Rusa. Está formado por unas 350 personas. Entre los Congresos Panrusos es la autoridad suprema, pero no debe actuar al margen de las líneas dictadas por el último Congreso y es absolutamente responsable de todos sus actos ante el siguiente Congreso.
Por ejemplo, el Comité Central Ejecutivo puede, y lo hizo, ordenar que se firmara el tratado de paz con Alemania. Pero no pudo hacer que este tratado vinculara a Rusia. Sólo el Congreso Panruso tiene poder para ratificar el tratado.
El Comité Ejecutivo Central elige entre sus miembros once delegados como presidentes de comités a cargo de los diferentes departamentos del gobierno, en el lugar de los ministros. Estos delegados pueden ser destituidos en cualquier momento. Son absolutamente responsables ante el Comité Central Ejecutivo. Los delegados eligen a un Presidente. Desde que se ha constituido el Gobierno Soviético este presidente- o primer ministro- ha sido Nicolai Lenin. Si su dirección fuera insatisfactoria, Lenin podría ser destituido en cualquier momento por la delegación de las masas del pueblo ruso o en el plazo de unas pocas semanas por el propio pueblo ruso directamente.
La principal función de los soviets es la defensa y consolidación de la revolución. Expresan la voluntad política de las masas no sólo en los Congresos Panrusos, donde su autoridad es casi suprema. Esta centralización existe porque los soviets locales crean el gobierno central y no el gobierno central los soviets locales. A pesar de la autonomía local, sin embargo, los decretos del comité Central Ejecutivo y las órdenes de los delegados son válidos para todo el país, porque en la república Soviética no hay intereses sectoriales privados que servir, y la causa de la Revolución es en todas partes la misma.
Observadores mal informados, la mayoría de ellos de la intelligentsia de clase media, acostumbran a decir que están a favor de los soviets, pero contra los bolcheviques. Esto es un absurdo. Los soviets son los órganos de representación más perfecta de la clase trabajadora, eso es verdad, pero son también las armas de la dictadura del proletariado, a la que todos los partidos anti-bolcheviques se oponen encarnizadamente. Así, la disposición de la gente a adherirse a la política de la dictadura del proletariado no sólo se mide por los miembros del partido bolchevique -partido comunista, como ahora se llama-,sino también por el crecimiento y actividad de los soviets locales de Rusia.
El ejemplo más notable de esto lo encontramos entre los campesinos, que no tomaron la dirección de la revolución, y cuyo primer y casi exclusivo interés en ella fue la confiscación de las grandes fincas. Los soviets de Diputados Campesinos no tenían al principio prácticamente otra función que la solución del problema de la tierra. Fue el fracaso en la solución a este problema el que volvió la atención de la gran masa de campesinos hacia las razones sociales que había tras este fracaso - eso, unido a la propaganda continua del ala izquierda de los partidos revolucionarios Socialistas y Bolcheviques y a la vuelta a los pueblos de los soldados revolucionarios.
El partido tradicional de los campesinos es el Partido Socialista Revolucionario. La gran masa inerte de campesinos cuyo único interés era su tierra y que nunca había tenido fuerza luchadora ni iniciativa política, al principio rechazó tener algo que ver con los soviets. Sin embargo, aquellos campesinos que participaron en los soviets, pronto despertaron a la idea de la dictadura del proletariado. Y casi invariablemente ingresaron y se convirtieron en partidarios del gobierno soviético.
En el Comisariado de Agricultura de Petrogrado hay un mapa de Rusia, salpicado de alfileres rojos. Cada uno de esos alfileres representa un Soviet de Diputados Campesino. La primer vez que vi el mapa, fijado en el viejo cuartel general de los Soviets de campesinos en Fontanka, los puntos rojos se esparcían diseminados por el vasto país, y su numero no aumentaba. En los primeros ocho meses de la revolución, había volosts, uyezds, provincias enteras, de hecho, donde sólo una o dos grandes ciudades y quizá unos cuantos pueblo dispersos tenían un Soviet de campesinos. Sin embargo, después de la revolución de noviembre podías ver a toda Rusia enrojecer ante tus ojos, a medida que pueblo tras pueblo, condado tras condado, provincia tras provincia, se levantaba y formaba su Consejo de Campesinos.
En el momento de la insurrección bolchevique podría haberse elegido una Asamblea Constituyente con una mayoría anti-soviética. Un mes después esto habría sido imposible. Yo vi tres Convenciones Panrusas de Campesinos en Petrogrado. Los delegados llegaban -la gran mayoría de ellos revolucionarios socialistas del ala derecha-. Comenzaba la sesión -y siempre eran sesiones violentas- bajo la presencia de Avksentiev o Peshekhanov. En pocos días se desplazarían hacia la izquierda y serían dominados por seudo-radicales como Tchernov. Poridonova sería elegida presidenta. Entonces la minoría conservadora se escindiría y montaría una convención alternativa que en pocos días acabaría en nada. Y la mayoría enviaría delegados para unirse a los Soviets en Smolny. Esto pasó cada una de la veces.
Nunca olvidaré la Conferencia de Campesinos que tuvo lugar a finales de noviembre y cómo Tchernov luchó por el control y lo perdió, y esa maravillosa marcha de proletarios encanecidos por el polvo que marchaba hacia Smolny a través de las calles nevadas, cantando, con sus banderas rojo-sangre ondeando en el viento helado. Era noche cerrada. En los escalones de Smolny cientos de hombres trabajadores esperaban para recibir a sus hermanos campesinos, y, bajo la débil luz, las dos masas, una descendiendo y la otra ascendiendo, se fundieron rápidamente y se abrazaban, y lloraban, y aplaudían.
Los Soviets pueden aprobar decretos que supongan cambios económicos fundamentales, pero deben llevarse a cabo por las propias organizaciones populares locales.
La confiscación y distribución de la tierra, por ejemplo, se dejó en manos de los Comités de la Tierra de los Campesinos. Estos Comités de la Tierra fueron elegidos por los campesinos a propuesta del Príncipe Lvov, el primer jefe del gobierno provisional. Con respecto a la cuestión de la tierra, fue inevitable llegar a un acuerdo, según el cual, las grandes haciendas debían ser fraccionadas y distribuidas entre los campesinos. El Príncipe Lvov pidió a los campesinos que eligieran Comités de Tierra, que no sólo debían determinar sus propias necesidades agrícolas, sino también medir y hacer avalúo de las grandes fincas. Pero cuando estos comités de la Tierra intentaron funcionar, los propietarios los habían detenidos.
Cuando los Soviets tomaron el poder su primera acción fue promulgar el Decreto de la Tierra. Este Decreto no era siquiera un proyecto bolchevique, sino el programa del ala derecha (o moderada) del Partido Socialista Revolucionario, desarrollado a partir de varios centenares de peticiones de campesinos. El decreto abolió para siempre los títulos privados de la tierra o recursos naturales de Rusia y dejó a los Comité de Tierra la tarea de distribuir la tierra entre los campesinos, hasta que la Asamblea Constituyente resolviera finalmente la cuestión.
Tras la disolución de la asamblea constituyente, el decreto se hizo definitivo.
Aparte de estas pocas proposiciones generales y de una sección establecida para emigración de la población excedente en vecindarios superpoblados, los detalles de la confiscación y la distribución se dejaron enteramente a los Comités Locales de la Tierra. Kalagayev, el primer Comisario de Agricultura elaboró un detallado conjunto de reglas para guiar a los campesinos en un detallado conjunto de reglas para guiar a los campesinos en su acción. Pero Lenin, en un discurso ante el Comité central Ejecutivo, persuadió al gobierno que dejara a los campesinos llevar el asunto de una manera revolucionaria, aconsejando solamente a los campesinos pobres que se organizaran contra los campesinos ricos ("Dejad que diez campesinos pobres se enfrenten a cada campesino rico" dijo Lenin).
Por supuesto ningún campesino podía poseer su tierra, no obstante, podía tomar lo que la tierra le ofrecía y tratarlo como propiedad privada. Pero la política del gobierno, actuando a través del Comité Local de la Tierra, es desalentar esta tendencia. Los campesinos que quieren convertirse en propietarios pueden hacerlo, pero no son ayudados por el gobierno. Por el contrario, a los campesinos que cultivan cooperativamente se les dan créditos, simientes, herramientas, y formación en técnicas modernas.
Adscritos a los Comités de Tierra hay expertos en agricultura i silvicultura. Para coordinar las prácticas de los Comités Locales, se elige de entre ellos un órgano central, conocido como el Comité Principal de la Tierra, que se encuentra en la capital, en estrecho contacto con el Comisariado de Agricultura.
Cuando estalló la revolución de marzo, los propietarios y administradores de muchas plantas industriales, o bien las dejaron o fueron expulsados por los trabajadores. En las fábricas del gobierno, donde el trabajo había estado mucho tiempo a merced de burócratas irresponsables designados por el zar, se dio especialmente esta situación.
Sin directores, encargados y en muchos casos ingenieros y contables, los trabajadores se encontraban enfrentados a la alternativa de continuar trabajando o morir de hambre. Se eligió un comité, con un delgado de cada "sección" o departamento, este comité, intentó dirigir la fábrica ... Por supuesto, al principio, éste pareció un plan sin futuro. Las funciones de los diferentes departamentos podían coordinarse de ésta manera, pero la falta de formación técnica por parte de los trabajadores produjo algunos resultados grotescos.
Finalmente se celebró la reunión del comité en una de las fábricas, donde un trabajador se levantó y dijo: "Camaradas, ¿Por qué nos preocupamos? La cuestión de los técnicos expertos no es difícil. Recordad que el jefe no era un técnico experto; el jefe no sabía ingeniería, química o contabilidad. Todo lo que hacía era poseer. Cuando quería ayuda técnica, contrataba hombres que se la proporcionaran. Bien, ahora nosotros somos los jefes. ¡Contratemos ingenieros, contables, etc., que trabajen para nosotros!.
En las fábricas estatales el problema era comparativamente simple, porque la Revolución destituyó automáticamente al "jefe" y realmente nunca lo substituyó por otro. Pero cuando los Comités de Delegados de Fábrica se entendieron a las fábricas de propiedad privada, fueron duramente combatidos por los propietarios de la fábricas, la mayoría de los cuales estaban estableciendo contactos con los sindicatos.
En las fábricas privadas, además, los comités de delegados eran producto de la necesidad. Después de los tres primeros meses de la Revolución, durante los cuales la clase media y las organizaciones proletarias trabajaron juntas en una armonía utópica, los capitalistas industriales comenzaron a temer el poder creciente y la ambición de las organizaciones trabajadoras -igual que los propietarios en el campo temían al comité de la tierra y los oficiales a los comités de soldados y a los Soviets-. Durante aproximadamente la primera parte de junio, comenzó la campaña más o menos consciente de toda la burguesía para detener la revolución y descomponer las organizaciones democráticas. Empezando por los Comités de delegados de Fábrica, los propietarios industriales planeaban barrerlo todo, incluidos los soviets. El ejército estaba desorganizado, se desviaban suministros, municiones y comida, y se entregaban posiciones reales a los alemanes, como Riga; en el campo, se persuadió a los campesinos para que guardaran el grano y provocaran desórdenes que dieron a los cosacos una excusa para "restaurar la paz"; y la industria. Más importante que todo lo demás, la maquinaria y el propio funcionamiento de las fábricas fueron saboteados, el transporte aún más destrozado y las minas de carbón y metal y las fuentes de materias primas dañadas lo más posible. No se ahorraron esfuerzos para cerrar las fábricas y rendir a los trabajadores, a fin de que volvieran a someterse al viejo régimen industrial.
Los trabajadores se vieron forzados a resistir a esto. El Comité de Delegados de Fábrica reaccionó y tomó el mando. Por supuesto, al principio, los trabajadores rusos cometieron absurdos errores, como se ha dicho a todo el mundo una y otra vez. Pedían salarios imposibles, intentaron llevar a cabo procesos de manufactura técnicamente complicados sin experiencia suficiente, en algunos casos incluso pidieron al jefe que volviera bajo sus propias condiciones.
Pero tales casos son una ínfima minoría; en la mayoría de las plantas trabajadoras eran lo bastante ingeniosos como para ser capaces de llevar la industria sin los jefes.
Los propietarios intentaron falsificar los libros, ocultar pedidos; el Comité de Delegados de Fábrica se vio obligado a encontrar formas de control de los libros. Los propietario trataron de robar piezas de las máquinas; así, el comité tuvo que reglamentar que nada debía entrar o salir de la planta sin permiso. Cuando la fábrica iba a cerrar por falta de combustible, materias primas o pedidos, el Comité de Delegados de Fábrica tenía que enviar hombres a través de media Rusia a las minas, o al Cáucaso a por aceite, o a Crimea a por algodón; y los trabajadores habían de enviar delegados a vender el producto. Durante el paro de los ferrocarriles, los agentes del comité tuvieron que llegar a acuerdo con el Sindicato de Ferroviarios para el transporte de cargas. Para defenderlo contra los huelguistas, el Comité tuvo que asumir la función de contratar y relevar a trabajadores.
Así el Comité de Delegados de Fábrica fue una creación de la anarquía rusa, forzada por la necesidad de aprender cómo aprender a dirigir la industria, para que cuando llegara el momento, los trabajadores rusos pudieran asumir el control real con pocas fricciones.
Como ejemplo de la forma en que las masas trabajadoras juntas, está el asunto de las 200.000 cargas de carbón, que se sacaron de las carboneras de la flota de combate báltica en diciembre y fueron transferidas por los comités de marinos para mantener en funcionamiento las fábricas de Petrogrado durante la carestía del carbón.
La Factoría Obukhov era una planta de acero que fabricaba suministros para la Armada. El presidene del comité de Obukhov era un ruso-americano, de nombre Petrovsky, bien conocido aquí como anarquista. Una día el encargado del departamento de torpedos dijo a Petrovsky que el departamento habría de cerrar, debido a la imposibilidad de obtener ciertos pequeños tubos usados por una fábrica del otro lado del río, cuya producción se había contratado para dentro de tres meses. El cierre del departamento de torpedos significaba que 400 hombres se quedarían sin trabajo.
-"Conseguiré los tubos"- dijo Petrovsky.
Fue directo a la fábrica, donde en vez de buscar al director, se dirigió al presidente del Comité de delegados de Fábrica local.
"Camarada", dijo "si no tenemos tubos en dos días nuestro departamento de torpedos tendrá que cerrar y 400 de los chicos quedarán sin trabajo".
El presiente pidió sus libros y descubrió que tres plantas privadas cercanas habían encargado varios miles de tubos. Él y Petrovsky visitaron inmediatamente estas tres plantas y llamaron a los Presidentes de sus Comités de delegados de Fábrica. En dos de las fábricas resultó que los tubos no se necesitaban inmediatamente; y al día siguiente se entregaron los tubos a la Fábrica Obukhov, y el departamento de torpedos no cerró.
En Novgorod había una fábrica textil. Al estallar la revolución, el propietario se dijo a sí mismo, "tenemos problemas. No podremos obtener beneficios mientras esta revolución continúe. Cerremos el negocio hasta que la cosa se acabe".
Así cerró la fábrica y él, los empleados de las oficinas, los químicos, ingenieros y el director, tomaron el tren a Petrogrado. Al día siguiente los trabajadores abrieron la fábrica. Pero esos trabajadores eran quizá un poco más ignorantes que la mayoría de los trabajadores. No sabían nada de procesos técnicos de manufactura, sobre la contabilidad, dirección o venta. Eligieron un Comité de Delegados de fábrica y encontraron cierta cantidad de combustible y materias primas almacenada, dispuestas para la manufactura de tela de algodón.
No sabiendo qué se hacía con la tela de algodón una vez fabricada, primero se proveyeron en cantidad suficiente para sus familias. Después, como algunos telares estaban estropeados, enviaron a un taller de maquinaria cercano a un delegado, que propuso entregar tela a cambio de asistencia técnica. Hecho esto, llegaron a un acuerdo con la cooperativa local, para proporcionar ropa a cambio de comida. Llevaron incluso el principio del trueque al extremo de cambiar piezas de tela por combustible con los mineros de carbón de Jarkov, y por transporte con el Sindicato de Ferroviarios.
Pero finalmente saturaron el mercado local de tela de algodón y entonces chocaron con una demanda que el paño no podía satisfacer -el alquiler. Esto sucedía en los días del Gobierno Provisional, cuando aún existían propietarios. El alquiler había de pagarse con dinero. Así que cargaron un tren de tela y lo enviaron, a cargo de un delegado, a Moscú. El delegado dejó el tren en la estación y recorrió la calle. Entró en una sastrería y preguntó si el sastre necesitaba tela.
-"¿Cuánta?" - Preguntó el Sastre.
-"Un tren" - Contestó el delegado.
-"¿A qué precio?"-
-"No lo sé. ¿Cuánto pagas normalmente por la tela?".
El sastre consiguió la tela casi regalada y el delegado, que nunca había visto tanto dinero junto, volvió a Novgorod enormemente contento.
Así era como en toda Rusia los trabajadores estaban adquiriendo la formación necesaria en los fundamentos de la producción industrial e incluso la distribución, para que cuando llegara la revolución de Noviembre pudieran ocupar sus puestos en la organización del control obrero.
En junio de 1917 se celebró la primera reunión de comités de delegados. En este momento los comités apenas se habían extendido fuera de Petrogrado. Fue una reunión notable, formada por los delegados de la actual base, la mayoría de ellos bolcheviques, algunos anarco-sindicalistas; y su razón de ser era la protesta contra las tácticas de los sindicatos. En el mundo político los bolcheviques repetían que ningún socialista tenía derecho a participar en un gobierno de coalición con la burguesía. La propia reunión de delegados de comités adoptó la posición de tener la misma actitud hacia la industria.
En otras palabras, los empresarios y los trabajadores no tienen ningún interés en común; ningún trabajador con conciencia de clase puede ser miembro de una mesa de arbitraje o conciliación salvó para hacer saber a los empresarios las demandas de los trabajadores. La producción industrial ha de estar absolutamente controlada por los trabajadores.
En un primer momento los sindicatos lucharon encarnizadamente contra los Comités de Fábrica. Pero los Comités, que estaban en posición de asumir el control de la industria, consolidaron y extendieron su poder fácilmente. Muchos trabajadores podían no ver la necesidad de sindicarse, pero todos ellos veían la necesidad de participar en la elecciones del comité que controlaba sus trabajos de forma inmediata. Por otra parte los Comités de delegados reconocían el valor de los sindicatos; no se empleaba a ningún trabajador nuevo a menos que pudiera mostrar un carné de sindicato; eran los comités de delegados los que aplicaban localmente los reglamentos de los diferentes sindicatos. En este momento los sindicatos y los Comités de Fábrica trabajaban en perfecta armonía cada uno de ellos en su ámbito.
La propiedad privada de la industria no está aún abolida en Rusia. En muchas fábricas el propietario aún mantiene su título, y se le permite cierto beneficio limitado en su inversión, con la condición de que trabaje por el éxito y el aumento de la extensión de la empresa; pero se le ha quitado el control. Aquellas industrias cuyos propietarios intentan cerrar la puerta a sus trabajadores, o por el fraude o la fuerza tratan de obstaculizar las operaciones de la planta, son inmediatamente confiscadas por los trabajadores. Las condiciones, las horas y salarios de todas las industrias, de propiedad privada o estatal, son uniformes.
La razón para esta supervivencia de un semi-capitalismo en un estado proletario, reside en el pasado de la vida económica de Rusia, el estado capitalista altamente organizado circundante y la necesidad de producción industrial inmediata en Rusia, para combatir la presión de la industria extranjera.
El agente por el que el estado controla la industria, tanta el trabajo como la producción se llama Consejo de Control de Trabajadores. Este órgano central, situado en la capital está compuesto por delegados elegidos de los Consejos del Control de los Obreros locales, los cuales están formados por miembros de Comités de Delegados de Fábricas, delegados sindicales profesionales e ingenieros técnicos y expertos. Un Comité Ejecutivo Central dirige los asuntos de cada localidad, compuesto por trabajadores comunes, pero la mayoría trabajadores de otros distritos, para que sus decisiones estén libres de cualquier interés sectorial. Los consejos locales recomiendan al Consejo Panruso la confiscación de las fábricas, informan sobre las necesidades de combustible, materias primas, transporte y trabajos en sus distritos, y ayudan a los trabajadores en el aprendizaje para dirigir las diferentes industrias. El Consejo Panruso tiene autoridad para confiscar plantas y para igualar los recursos económicos de las diferentes localidades...
Si no hubiera sido por las organizaciones democráticas que existían ya antes de la revolución, no hay duda de que la revolución Rusa se habría estancado hace mucho tiempo.
La organización comercial ordinaria de distribución había sido totalmente destrozada. Sólo las sociedades cooperativas de consumidores conseguían alimentar al pueblo, y su sistema ha sido adoptado hace tiempo por los municipios, e incluso por el gobierno.
Antes de la revolución había más de veinte millones de miembros en sociedades cooperativas en Rusia. Esta es una forma muy natural para los rusos, por su parecido con la primitiva cooperación de vida rural de Rusia durante siglos.
En la fábrica Putilov, donde están empleados más de 40.000 trabajadores, la sociedad cooperativa alimentó, albergó e incluso visitó a más de 100.000 personas, proveyéndose del vestido en Inglaterra.
Es este el carácter de los rusos el que olvida la gente que piensa que Rusia no puede tener ningún gobierno porque no hay fuerza central; y cuya imagen mental de Rusia es un comité servil en Moscú, dominado por Lenin, Trotsky, y mantenido por mercenarios de la Guardia Roja.
Más bien es cierto todo lo contrario. Las organizaciones que he descrito se reproducen en casi todas las comunidades de Rusia. Y si una parte considerable de Rusia se opusiera seriamente al gobierno soviético, los Soviets no durarían ni una hora.
El Día de la Mujer
¿Qué es el día de la mujer? ¿Es realmente necesario? ¿No es una concesión a las mujeres de clase burguesa, a las feministas y sufraguistas? ¿No es dañino para la unidad del movimiento obrero? Esas cuestiones todavía se oyen en Rusia, aunque ya no en el extranjero. La vida misma le ha dado una respuesta clara y elocuente a estas preguntas.
El día de la mujer es un eslabón en la larga y sólida cadena de la mujer en el movimiento obrero. El ejército organizado de mujeres trabajadoras crece cada día. Hace veinte años las organizaciones obreras sólo tenías grupos dispersos de mujeres en las bases de los partidos obreros… Ahora los sindicatos ingleses tienen más de 292.000 mujeres sindicadas; en Alemania son alrededor de 200.000 sindicadas y 150.000 en el partido obrero, en Austria hay 47.000 en los sindicatos y 20.000 en el partido. En todas partes, en Italia, Hungría, Dinamarca, Suecia, Noruega y Suiza, las mujeres de la clase obrera se están organizando a sí mismas. El ejército de mujeres socialistas tiene casi un millón de miembros. ¡Una fuerza poderosa! Una fuerza con la que los poderes del mundo deben contar cuando se pone sobre la mesa el tema del coste de la vida, el seguro de maternidad, el trabajo infantil o la legislación para proteger a las trabajadoras.
Hubo un tiempo en el que los hombres trabajadores pensaron que deberían cargar ellos solos sobre sus hombros el peso de la lucha contra el capital, pensaron que ellos solos debían enfrentarse al «viejo mundo» sin el apoyo de sus compañeras. Sin embargo, como las mujeres de clase trabajadora entraron en las filas de aquellos que vendían su trabajo a cambio de un salario, forzadas a entrar en el mercado laboral por necesidad, porque su marido o padre estaba en el paro, los trabajadores empezaron a darse cuenta de que dejar atrás a las mujeres entre las filas de «no-conscientes» era dañar su causa y evitar que avanzara. ¿Qué nivel de conciencia posee una mujer que se sienta en el fogón, que no tiene derechos en la sociedad, en el estado o en la familia? ¡Ella no tiene ideas propias! Todo se hace según ordena su padre o marido…
El retraso y falta de derechos sufridos por las mujeres, su dependencia e indiferencia no son beneficiosos para la clase trabajadora, y de hecho son un daño directo hacia la lucha obrera. ¿Pero cómo entrará la mujer en esa lucha, como se la despertará?
La socialdemocracia extranjera no encontró la solución correcta inmediatamente. Las organizaciones obreras estaban abiertas a las mujeres, pero sólo unas pocas entraban. ¿Por qué? Porque la clase trabajadora al principio no se percató de que la mujer trabajadora es el miembro más degradado, tanto legal como socialmente, de la clase obrera, de que ella ha sido golpeada, intimidada, acosada a lo largo de los siglos, y de que para estimular su mente y su corazón se necesita una aproximación especial, palabras que ella, como mujer, entienda. Los trabajadores no se dieron cuenta inmediatamente de que en este mundo de falta de derechos y de explotación, la mujer está oprimida no sólo como trabajadora, si no también como madre, mujer. Sin embargo, cuando los miembros del partido socialista obrero entendieron esto, hicieron suya la lucha por la defensa de las trabajadoras como asalariadas, como madres, como mujeres.
Los socialistas en cada país comienzan a demandar una protección especial para el trabajo de las mujeres, seguros para las madres y sus hijos, derechos políticos para las mujeres y la defensa de sus intereses.
Cuanto más claramente el partido obrero percibía esta dicotomía mujer/trabajadora, más ansiosamente las mujeres se unían al partido, más apreciaban el rol del partido como su verdadero defensor y más decididamente sentían que la clase trabajadora también luchaba por sus necesidades. Las mujeres trabajadoras, organizadas y conscientes, han hecho muchísimo para elucidar este objetivo. Ahora el peso del trabajo para atraer a las trabajadoras al movimiento socialista reside en las mismas trabajadoras. Los partidos en cada país tienen sus comités de mujeres, con sus secretariados y burós para la mujer. Estos comités de mujeres trabajan en la todavía gran población de mujeres no conscientes, levantando la conciencia de las trabajadoras a su alrededor. También examinan las demandas y cuestiones que afectan más directamente a la mujer: protección y provisión para las madres embarazadas o con hijos, legislación del trabajo femenino, campaña contra la prostitución y el trabajo infantil, la demanda de derechos políticos para las mujeres, la campaña contra la subida del coste de la vida…
Así, como miembros del partido, las mujeres trabajadoras luchan por la causa común de la clase, mientras al mismo tiempo delinean y ponen en cuestión aquellas necesidades y sus demandas que les afectan más directamente como mujeres, amas de casa y madres. El partido apoya esas demandas y lucha por ellas… Estas necesidades de las mujeres trabajadoras son parte de la causa de los trabajadores como clase.
En el día de la mujer las mujeres organizadas se manifiestan contra su falta de derechos. Pero algunos dicen ¿por qué está separación de las luchas de las mujeres? ¿Por qué hay un día de la Mujer, panfletos especiales para trabajadoras, conferencias y mítines? ¿No es, en fin, una concesión a las feministas y sufraguistas burguesas? Sólo aquellos que no comprendan la diferencia radical entre el movimiento de mujeres socialistas y las sufraguistas burguesas pueden pensar de esa manera.
¿Cuál es el objetivo de las feministas burguesas? Conseguir las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos en la sociedad capitalista que poseen ahora sus maridos, padres y hermanos. ¿Cuál es el objetivo de las obreras socialistas? Abolir todo tipo de privilegios que deriven del nacimiento o de la riqueza. A la mujer obrera le es indiferente si su patrón es hombre o mujer.
Las feministas burguesas demandan la igualdad de derechos siempre y en cualquier lugar. Las mujeres trabajadoras responden: demandamos derechos para todos los ciudadanos, hombres y mujeres, pero nosotras no sólo somos mujeres y trabajadoras, también somos madres. Y como madres, como mujeres que tendremos hijos en el futuro, demandamos un cuidado especial del gobierno, protección especial del estado y de la sociedad.
Las feministas burguesas están luchando para conseguir derechos políticos: también aquí nuestros caminos se separan: para las mujeres burguesas, los derechos políticos son simplemente un medio para conseguir sus objetivos más cómodamente y más seguramente en este mundo basado en la explotación de los trabajadores. Para las mujeres obreras, los derechos políticos son un paso en el camino empedrado y difícil que lleva al deseado reino del trabajo.
Los caminos seguidos por las mujeres trabajadoras y las sufraguistas burguesas se han separado hace tiempo. Hay una gran diferencia entre sus objetivos. Hay también una gran contradicción entre los intereses de una mujer obrera y las damas propietarias, entre la sirvienta y su señora… Así pues, los trabajadores no deberían temer que haya un día separado y señalado como el Día de la Mujer, ni que haya conferencias especiales y panfletos o prensa especial para las mujeres.
Cada distinción especial hacia las mujeres en el trabajo de una organización obrera es una forma de elevar la conciencia de las trabajadoras y acercarlas a las filas de aquellos que están luchando por un futuro mejor. El Día de la Mujer y el lento, meticuloso trabajo llevado para elevar la auto-conciencia de la mujer trabajadora están sirviendo a la causa, no de la división, sino de la unión de la clase trabajadora.
Dejad que un sentimiento alegre de servir a la causa común de la clase trabajadora y de luchar simultáneamente por la emancipación femenina inspire a las trabajadoras a unirse a la celebración del Día de la Mujer.
El día de la mujer es un eslabón en la larga y sólida cadena de la mujer en el movimiento obrero. El ejército organizado de mujeres trabajadoras crece cada día. Hace veinte años las organizaciones obreras sólo tenías grupos dispersos de mujeres en las bases de los partidos obreros… Ahora los sindicatos ingleses tienen más de 292.000 mujeres sindicadas; en Alemania son alrededor de 200.000 sindicadas y 150.000 en el partido obrero, en Austria hay 47.000 en los sindicatos y 20.000 en el partido. En todas partes, en Italia, Hungría, Dinamarca, Suecia, Noruega y Suiza, las mujeres de la clase obrera se están organizando a sí mismas. El ejército de mujeres socialistas tiene casi un millón de miembros. ¡Una fuerza poderosa! Una fuerza con la que los poderes del mundo deben contar cuando se pone sobre la mesa el tema del coste de la vida, el seguro de maternidad, el trabajo infantil o la legislación para proteger a las trabajadoras.
Hubo un tiempo en el que los hombres trabajadores pensaron que deberían cargar ellos solos sobre sus hombros el peso de la lucha contra el capital, pensaron que ellos solos debían enfrentarse al «viejo mundo» sin el apoyo de sus compañeras. Sin embargo, como las mujeres de clase trabajadora entraron en las filas de aquellos que vendían su trabajo a cambio de un salario, forzadas a entrar en el mercado laboral por necesidad, porque su marido o padre estaba en el paro, los trabajadores empezaron a darse cuenta de que dejar atrás a las mujeres entre las filas de «no-conscientes» era dañar su causa y evitar que avanzara. ¿Qué nivel de conciencia posee una mujer que se sienta en el fogón, que no tiene derechos en la sociedad, en el estado o en la familia? ¡Ella no tiene ideas propias! Todo se hace según ordena su padre o marido…
El retraso y falta de derechos sufridos por las mujeres, su dependencia e indiferencia no son beneficiosos para la clase trabajadora, y de hecho son un daño directo hacia la lucha obrera. ¿Pero cómo entrará la mujer en esa lucha, como se la despertará?
La socialdemocracia extranjera no encontró la solución correcta inmediatamente. Las organizaciones obreras estaban abiertas a las mujeres, pero sólo unas pocas entraban. ¿Por qué? Porque la clase trabajadora al principio no se percató de que la mujer trabajadora es el miembro más degradado, tanto legal como socialmente, de la clase obrera, de que ella ha sido golpeada, intimidada, acosada a lo largo de los siglos, y de que para estimular su mente y su corazón se necesita una aproximación especial, palabras que ella, como mujer, entienda. Los trabajadores no se dieron cuenta inmediatamente de que en este mundo de falta de derechos y de explotación, la mujer está oprimida no sólo como trabajadora, si no también como madre, mujer. Sin embargo, cuando los miembros del partido socialista obrero entendieron esto, hicieron suya la lucha por la defensa de las trabajadoras como asalariadas, como madres, como mujeres.
Los socialistas en cada país comienzan a demandar una protección especial para el trabajo de las mujeres, seguros para las madres y sus hijos, derechos políticos para las mujeres y la defensa de sus intereses.
Cuanto más claramente el partido obrero percibía esta dicotomía mujer/trabajadora, más ansiosamente las mujeres se unían al partido, más apreciaban el rol del partido como su verdadero defensor y más decididamente sentían que la clase trabajadora también luchaba por sus necesidades. Las mujeres trabajadoras, organizadas y conscientes, han hecho muchísimo para elucidar este objetivo. Ahora el peso del trabajo para atraer a las trabajadoras al movimiento socialista reside en las mismas trabajadoras. Los partidos en cada país tienen sus comités de mujeres, con sus secretariados y burós para la mujer. Estos comités de mujeres trabajan en la todavía gran población de mujeres no conscientes, levantando la conciencia de las trabajadoras a su alrededor. También examinan las demandas y cuestiones que afectan más directamente a la mujer: protección y provisión para las madres embarazadas o con hijos, legislación del trabajo femenino, campaña contra la prostitución y el trabajo infantil, la demanda de derechos políticos para las mujeres, la campaña contra la subida del coste de la vida…
Así, como miembros del partido, las mujeres trabajadoras luchan por la causa común de la clase, mientras al mismo tiempo delinean y ponen en cuestión aquellas necesidades y sus demandas que les afectan más directamente como mujeres, amas de casa y madres. El partido apoya esas demandas y lucha por ellas… Estas necesidades de las mujeres trabajadoras son parte de la causa de los trabajadores como clase.
En el día de la mujer las mujeres organizadas se manifiestan contra su falta de derechos. Pero algunos dicen ¿por qué está separación de las luchas de las mujeres? ¿Por qué hay un día de la Mujer, panfletos especiales para trabajadoras, conferencias y mítines? ¿No es, en fin, una concesión a las feministas y sufraguistas burguesas? Sólo aquellos que no comprendan la diferencia radical entre el movimiento de mujeres socialistas y las sufraguistas burguesas pueden pensar de esa manera.
¿Cuál es el objetivo de las feministas burguesas? Conseguir las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos en la sociedad capitalista que poseen ahora sus maridos, padres y hermanos. ¿Cuál es el objetivo de las obreras socialistas? Abolir todo tipo de privilegios que deriven del nacimiento o de la riqueza. A la mujer obrera le es indiferente si su patrón es hombre o mujer.
Las feministas burguesas demandan la igualdad de derechos siempre y en cualquier lugar. Las mujeres trabajadoras responden: demandamos derechos para todos los ciudadanos, hombres y mujeres, pero nosotras no sólo somos mujeres y trabajadoras, también somos madres. Y como madres, como mujeres que tendremos hijos en el futuro, demandamos un cuidado especial del gobierno, protección especial del estado y de la sociedad.
Las feministas burguesas están luchando para conseguir derechos políticos: también aquí nuestros caminos se separan: para las mujeres burguesas, los derechos políticos son simplemente un medio para conseguir sus objetivos más cómodamente y más seguramente en este mundo basado en la explotación de los trabajadores. Para las mujeres obreras, los derechos políticos son un paso en el camino empedrado y difícil que lleva al deseado reino del trabajo.
Los caminos seguidos por las mujeres trabajadoras y las sufraguistas burguesas se han separado hace tiempo. Hay una gran diferencia entre sus objetivos. Hay también una gran contradicción entre los intereses de una mujer obrera y las damas propietarias, entre la sirvienta y su señora… Así pues, los trabajadores no deberían temer que haya un día separado y señalado como el Día de la Mujer, ni que haya conferencias especiales y panfletos o prensa especial para las mujeres.
Cada distinción especial hacia las mujeres en el trabajo de una organización obrera es una forma de elevar la conciencia de las trabajadoras y acercarlas a las filas de aquellos que están luchando por un futuro mejor. El Día de la Mujer y el lento, meticuloso trabajo llevado para elevar la auto-conciencia de la mujer trabajadora están sirviendo a la causa, no de la división, sino de la unión de la clase trabajadora.
Dejad que un sentimiento alegre de servir a la causa común de la clase trabajadora y de luchar simultáneamente por la emancipación femenina inspire a las trabajadoras a unirse a la celebración del Día de la Mujer.
A la promoción leninista
Los fundamentos del leninismo: el tema es vasto. Para agotarlo, haría falta un libro entero. Más aún: haría falta toda una serie de libros. Por eso es natural que mis conferencias no puedan ser consideradas como una exposición completa del leninismo. Serán tan sólo, en el mejor de los casos, un resumen sucinto de los fundamentos del leninismo. No obstante, estimo útil hacer este resumen, a fin de ofrecer algunos puntos fundamentales de partida, necesarios para estudiar con fruto el leninismo.
Exponer los fundamentos del leninismo no es aún exponer los fundamentos de la concepción del mundo de Lenin. La concepción del mundo de Lenin y los fundamentos del leninismo no son, por su volumen, una y la misma cosa. Lenin es marxista, y la base de su concepción del mundo es, naturalmente, el marxismo. Pero de esto no se desprende, en modo alguno, que la exposición del leninismo deba comenzar por la de los fundamentos del marxismo. Exponer el leninismo es exponer lo que hay de peculiar y de nuevo en las obras de Lenin, lo aportado por Lenin al tesoro general del marxismo y lo que está asociado a su nombre de modo natural. Sólo en este sentido hablaré en mis conferencias de los fundamentos del leninismo.
¿Qué es, pues, el leninismo?
Unos dicen que el leninismo es la aplicación del marxismo a las condiciones peculiares de la situación rusa. Esta definición contiene una parte de verdad, pero dista mucho de encerrarla toda. En efecto, Lenin aplicó el marxismo a la realidad de Rusia, y lo aplicó magistralmente. Pero si el leninismo no fuese más que la aplicación del marxismo a la situación peculiar de Rusia, el leninismo sería un fenómeno pura y exclusivamente nacional, pura y exclusivamente ruso. Sin embargo, sabemos que el leninismo es un fenómeno internacional, que tiene raíces en todo el desarrollo internacional, y no un fenómeno exclusivamente ruso. Por eso, yo entiendo que esa definición peca de unilateral.
Otros dicen que el leninismo es la resurrección de los elementos revolucionarios del marxismo de la década del 40 del siglo pasado, a diferencia del marxismo de años posteriores, que, según ellos, se hizo moderado y dejó de ser revolucionario. Si pasamos por alto esa división necia y vulgar de la doctrina de Marx en dos partes, una revolucionaria y otra moderada, hay que reconocer que incluso esa definición, íntegramente defectuosa e insatisfactoria, tiene un algo de verdad. Ese algo de verdad consiste en que Lenin resucitó, efectivamente, el contenido revolucionario del marxismo, enterrado por los oportunistas de la II Internacional. Pero esto no es más que un algo de verdad. La verdad entera del leninismo es que no sólo hizo renacer el marxismo, sino que dio un paso adelante, prosiguiendo el desarrollo del marxismo bajo las nuevas condiciones del capitalismo y de la lucha de clase del proletariado.
¿Qué es, pues, en fin de cuentas, el leninismo?
El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria. O más exactamente: el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular. Marx y Engels actuaron en el período prerrevolucionario (nos referimos a la revolución proletaria), cuando aún no había un imperialismo desarrollado, en un período de preparación de los proletarios para la revolución, en el período en que la revolución proletaria no era aún directa y prácticamente inevitable. En cambio, Lenin, discípulo de Marx y de Engels, actuó en el período del imperialismo desarrollado, en el período en que se despliega la revolución proletaria, cuando la revolución proletaria ha triunfado ya en un país, ha destruido la democracia burguesa y ha inaugurado la era de la democracia proletaria, la era de los Soviets.
Por eso el leninismo es el desarrollo ulterior del marxismo.
Suele destacarse el carácter extraordinariamente combativo y extraordinariamente revolucionario del leninismo. Esto es muy cierto. Pero esta particularidad del leninismo se debe a dos causas: en primer lugar, a que el leninismo brotó de la entraña de la revolución proletaria, cuyo sello no puede por menos de ostentar; en segundo lugar, a que se desarrolló y se fortaleció en las batallas contra el oportunismo de la II Internacional, combatir al cual ha sido y sigue siendo una premisa necesaria para luchar con éxito contra el capitalismo. No hay que olvidar que entre Marx y Engels, de una parte, y Lenin, de otra, media todo un período de dominio indiviso del oportunismo de la II Internacional, la lucha implacable contra el cual no podía menos de ser una de las tareas más importantes del leninismo.
Exponer los fundamentos del leninismo no es aún exponer los fundamentos de la concepción del mundo de Lenin. La concepción del mundo de Lenin y los fundamentos del leninismo no son, por su volumen, una y la misma cosa. Lenin es marxista, y la base de su concepción del mundo es, naturalmente, el marxismo. Pero de esto no se desprende, en modo alguno, que la exposición del leninismo deba comenzar por la de los fundamentos del marxismo. Exponer el leninismo es exponer lo que hay de peculiar y de nuevo en las obras de Lenin, lo aportado por Lenin al tesoro general del marxismo y lo que está asociado a su nombre de modo natural. Sólo en este sentido hablaré en mis conferencias de los fundamentos del leninismo.
¿Qué es, pues, el leninismo?
Unos dicen que el leninismo es la aplicación del marxismo a las condiciones peculiares de la situación rusa. Esta definición contiene una parte de verdad, pero dista mucho de encerrarla toda. En efecto, Lenin aplicó el marxismo a la realidad de Rusia, y lo aplicó magistralmente. Pero si el leninismo no fuese más que la aplicación del marxismo a la situación peculiar de Rusia, el leninismo sería un fenómeno pura y exclusivamente nacional, pura y exclusivamente ruso. Sin embargo, sabemos que el leninismo es un fenómeno internacional, que tiene raíces en todo el desarrollo internacional, y no un fenómeno exclusivamente ruso. Por eso, yo entiendo que esa definición peca de unilateral.
Otros dicen que el leninismo es la resurrección de los elementos revolucionarios del marxismo de la década del 40 del siglo pasado, a diferencia del marxismo de años posteriores, que, según ellos, se hizo moderado y dejó de ser revolucionario. Si pasamos por alto esa división necia y vulgar de la doctrina de Marx en dos partes, una revolucionaria y otra moderada, hay que reconocer que incluso esa definición, íntegramente defectuosa e insatisfactoria, tiene un algo de verdad. Ese algo de verdad consiste en que Lenin resucitó, efectivamente, el contenido revolucionario del marxismo, enterrado por los oportunistas de la II Internacional. Pero esto no es más que un algo de verdad. La verdad entera del leninismo es que no sólo hizo renacer el marxismo, sino que dio un paso adelante, prosiguiendo el desarrollo del marxismo bajo las nuevas condiciones del capitalismo y de la lucha de clase del proletariado.
¿Qué es, pues, en fin de cuentas, el leninismo?
El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria. O más exactamente: el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular. Marx y Engels actuaron en el período prerrevolucionario (nos referimos a la revolución proletaria), cuando aún no había un imperialismo desarrollado, en un período de preparación de los proletarios para la revolución, en el período en que la revolución proletaria no era aún directa y prácticamente inevitable. En cambio, Lenin, discípulo de Marx y de Engels, actuó en el período del imperialismo desarrollado, en el período en que se despliega la revolución proletaria, cuando la revolución proletaria ha triunfado ya en un país, ha destruido la democracia burguesa y ha inaugurado la era de la democracia proletaria, la era de los Soviets.
Por eso el leninismo es el desarrollo ulterior del marxismo.
Suele destacarse el carácter extraordinariamente combativo y extraordinariamente revolucionario del leninismo. Esto es muy cierto. Pero esta particularidad del leninismo se debe a dos causas: en primer lugar, a que el leninismo brotó de la entraña de la revolución proletaria, cuyo sello no puede por menos de ostentar; en segundo lugar, a que se desarrolló y se fortaleció en las batallas contra el oportunismo de la II Internacional, combatir al cual ha sido y sigue siendo una premisa necesaria para luchar con éxito contra el capitalismo. No hay que olvidar que entre Marx y Engels, de una parte, y Lenin, de otra, media todo un período de dominio indiviso del oportunismo de la II Internacional, la lucha implacable contra el cual no podía menos de ser una de las tareas más importantes del leninismo.
UNA DE LAS CONDICIONES FUNDAMENTALES
Seguramente que hoy casi todo el mundo ve ya que los bolcheviques no se hubieran mantenido en el Poder, no dos años y medio, sino ni siquiera dos meses y medio, sin la disciplina severísima, verdaderamente férrea, dentro de nuestro Partido, sin el apoyo más completo y abnegado prestado a éste por toda la masa de la clase obrera, esto es, por todo lo que ella tiene de consciente, honrado, abnegado, influyente y capaz de conducir consigo o de atraerse a las capas atrasadas.
La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se halla decuplicada por su derrocamiento (aunque no sea más que en un solo país) y cuya potencia consiste, no sólo en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y la solidez de las rela ciones internacionales de la burguesía, sino, además, en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Pues, por desgracia, ha quedado todavía en el mundo mucha y mucha pequeña producción y ésta engendra al capitalismo y a la burguesía constantemente, cada día, cada hora, por un proceso espontáneo y en masa. Por todos estos mo-
tivos, la dictadura del proletariado es necesaria, y la victoria sobre la burguesía es imposible sin una lucha prolongada, tenaz, desesperada, a muerte, una lucha que exige serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y una voluntad única.
Lo repito, la experiencia de la dictadura triunfante del proletariado en Rusia ha mostrado de un modo palpable al que no sabe pensar o al que no ha tenido la ocasion de reflexionar sobre esta cuestión, que la centralización incondicional y la disciplina más severa del proletariado constituyen una de las condiciones fundamentales de la victoria sobre la burguesía.
De esto se habla a menudo. Pero no se reflexiona suficientemente sobre lo que esto significa, en qué condiciones es posiUe ¿No convendría que las salutaciones entusiastas al Poder de los Soviets y a los bolcheviques se vieran acompañadas con más frecuencia de un análisis serio de las causas que han permitido a los bolcheviques forjar la disciplina necesaria para el proletariado revolucionario?
El bolchevismo existe, como corriente del pensamiento político y como partido político, desde 1903. Sólo la historia del bolchevismo, en todo el periodo de su existencia, puede explicar de un modo satisfactorio por qué el bolchevismo pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles, la disciplina férrea necesaria para la victoria del proletariado.
La primera pregunta que surge es la siguiente: ¿cómo se mantiene la disciplina del partido revolucionario del proletariado? ¿Cómo se controla? ¿Cómo se refuerza? Primero por la conciencia de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, por su firmeza, por su espíritu de sacrificio, por su heroísmo. Segundo, por su capacidad de vincularse, aproximarse y hasta cierto punto, si queréis, fundirse con las más grandes masas trabajadoras, en primer
término con la masa proletaria, pero también con la masa trabajadora no protetaria. Tercero, por lo acertado de la dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia. Sin estas condiciones, no es posible la disciplina en un partido revolucionario, verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada, llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad. Sin estas condiciones, los intentos de implantar una disciplina se convierten, inevitablemente, en una ficción, en una frase, en gestos grotescos. Pero, por otra parte, estas condiciones no pueden brotar de golpe. Van formándose solamente á través de una labor prolongada, a través de una dura experiencia; su formación se facilita a través de una acertada teoría revolucionaria, que, a su vez, no es ningún dogma, sino que sólo se forma definitivamente en estrecha relación con la práctica de un movimiento que sea verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario.
Si el bolchevismo pudo elaborar y llevar a la práctica con éxito en los años 1917-1920, en condiciones de una gravedad inaudita, la centralización más severa y una disciplina férrea, se debe sencillamente a una serie de particularidades históricas de Rusia.
De una parte, el bolchevismo surgió en 1903, sobre la más sólida base de la teoría del marxismo. Y que esta teoría revolucionaria es justa -- y que es la única justa -- ha sido demostrado, no sólo por la experiencia internacional de todo el siglo XIX, sino también, en particular, por la experiencia de las desviaciones, los titubeos, los errores y los desengaños del pensamiento revolucionario en Rusia. En el transcurso de casi medio siglo, aproximadamente de 1840 a 1890, el
pensamiento avanzado en Rusia, bajo el yugo del despotismo inaudito del zarismo salvaje y reaccionario, buscaba ávidamente una teoría revolucionaria justa, siguiendo con un celo y una atención admirables cada "última palabra" de Europa y América en este terreno. Rusia hizo suya la única teoría revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios inauditos, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de investigadón abnegada, de estudio, de experimentación en la práctica, de desengaños, de comprobación, de comparación con la experiencia de Europa. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Ru6ia revolucionaria de la segunda mitad del siglo XIX contaba con una riqueza de relaciones internacionales, con un conocimiento tan excelente de todas las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial como ningún otro país del mundo.
De otra parte, el bolchevismo, surgido sobre esta base teórica granítica, tuvo una historia práctica de quince años (1903-1917) que, por la riqueza de la experiencia que representa, no puede ser comparada a ninguna otra en el mundo. Pues ningún país, en el transcurso de estos quince años, pasó ni aproximadamente por una experiencia revolucionaria tan Aca, por una rapidez y una variedad tales de la sucesión de las distintas formas del movimiento, legal e ilegal, pacífico y tormentoso, clandestino y abierto, de propaganda en los círculos y de propaganda entre las masas, parlamentario y terrorista En ningún país estuvo concentrada en un período de tiempo tan breve una tal riqueza de formas, de matices, de métodos de lucha de todas las clases de la sociedad con temporánea, lucha que, además, como consecuencia del atraso del país y del peso del yugo del zarismo, maduraba con particular rapidez y asimilaba con particular avidez y eficacia
la "última palabra" correspondiente de la experiencia política americana y europea.
La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se halla decuplicada por su derrocamiento (aunque no sea más que en un solo país) y cuya potencia consiste, no sólo en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y la solidez de las rela ciones internacionales de la burguesía, sino, además, en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Pues, por desgracia, ha quedado todavía en el mundo mucha y mucha pequeña producción y ésta engendra al capitalismo y a la burguesía constantemente, cada día, cada hora, por un proceso espontáneo y en masa. Por todos estos mo-
tivos, la dictadura del proletariado es necesaria, y la victoria sobre la burguesía es imposible sin una lucha prolongada, tenaz, desesperada, a muerte, una lucha que exige serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y una voluntad única.
Lo repito, la experiencia de la dictadura triunfante del proletariado en Rusia ha mostrado de un modo palpable al que no sabe pensar o al que no ha tenido la ocasion de reflexionar sobre esta cuestión, que la centralización incondicional y la disciplina más severa del proletariado constituyen una de las condiciones fundamentales de la victoria sobre la burguesía.
De esto se habla a menudo. Pero no se reflexiona suficientemente sobre lo que esto significa, en qué condiciones es posiUe ¿No convendría que las salutaciones entusiastas al Poder de los Soviets y a los bolcheviques se vieran acompañadas con más frecuencia de un análisis serio de las causas que han permitido a los bolcheviques forjar la disciplina necesaria para el proletariado revolucionario?
El bolchevismo existe, como corriente del pensamiento político y como partido político, desde 1903. Sólo la historia del bolchevismo, en todo el periodo de su existencia, puede explicar de un modo satisfactorio por qué el bolchevismo pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles, la disciplina férrea necesaria para la victoria del proletariado.
La primera pregunta que surge es la siguiente: ¿cómo se mantiene la disciplina del partido revolucionario del proletariado? ¿Cómo se controla? ¿Cómo se refuerza? Primero por la conciencia de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, por su firmeza, por su espíritu de sacrificio, por su heroísmo. Segundo, por su capacidad de vincularse, aproximarse y hasta cierto punto, si queréis, fundirse con las más grandes masas trabajadoras, en primer
término con la masa proletaria, pero también con la masa trabajadora no protetaria. Tercero, por lo acertado de la dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia. Sin estas condiciones, no es posible la disciplina en un partido revolucionario, verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada, llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad. Sin estas condiciones, los intentos de implantar una disciplina se convierten, inevitablemente, en una ficción, en una frase, en gestos grotescos. Pero, por otra parte, estas condiciones no pueden brotar de golpe. Van formándose solamente á través de una labor prolongada, a través de una dura experiencia; su formación se facilita a través de una acertada teoría revolucionaria, que, a su vez, no es ningún dogma, sino que sólo se forma definitivamente en estrecha relación con la práctica de un movimiento que sea verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario.
Si el bolchevismo pudo elaborar y llevar a la práctica con éxito en los años 1917-1920, en condiciones de una gravedad inaudita, la centralización más severa y una disciplina férrea, se debe sencillamente a una serie de particularidades históricas de Rusia.
De una parte, el bolchevismo surgió en 1903, sobre la más sólida base de la teoría del marxismo. Y que esta teoría revolucionaria es justa -- y que es la única justa -- ha sido demostrado, no sólo por la experiencia internacional de todo el siglo XIX, sino también, en particular, por la experiencia de las desviaciones, los titubeos, los errores y los desengaños del pensamiento revolucionario en Rusia. En el transcurso de casi medio siglo, aproximadamente de 1840 a 1890, el
pensamiento avanzado en Rusia, bajo el yugo del despotismo inaudito del zarismo salvaje y reaccionario, buscaba ávidamente una teoría revolucionaria justa, siguiendo con un celo y una atención admirables cada "última palabra" de Europa y América en este terreno. Rusia hizo suya la única teoría revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios inauditos, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de investigadón abnegada, de estudio, de experimentación en la práctica, de desengaños, de comprobación, de comparación con la experiencia de Europa. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Ru6ia revolucionaria de la segunda mitad del siglo XIX contaba con una riqueza de relaciones internacionales, con un conocimiento tan excelente de todas las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial como ningún otro país del mundo.
De otra parte, el bolchevismo, surgido sobre esta base teórica granítica, tuvo una historia práctica de quince años (1903-1917) que, por la riqueza de la experiencia que representa, no puede ser comparada a ninguna otra en el mundo. Pues ningún país, en el transcurso de estos quince años, pasó ni aproximadamente por una experiencia revolucionaria tan Aca, por una rapidez y una variedad tales de la sucesión de las distintas formas del movimiento, legal e ilegal, pacífico y tormentoso, clandestino y abierto, de propaganda en los círculos y de propaganda entre las masas, parlamentario y terrorista En ningún país estuvo concentrada en un período de tiempo tan breve una tal riqueza de formas, de matices, de métodos de lucha de todas las clases de la sociedad con temporánea, lucha que, además, como consecuencia del atraso del país y del peso del yugo del zarismo, maduraba con particular rapidez y asimilaba con particular avidez y eficacia
la "última palabra" correspondiente de la experiencia política americana y europea.
Barbarie y Civilización
Ya hemos seguido el curso de la disolución de la gens en los tres grandes ejemplos particulares de los griegos, los romanos y los germanos. Para concluir, investiguemos las condiciones económicas generales que en el estadio superior de la barbarie minaban ya la organización gentil de la sociedad y la hicieron desaparecer con la entrada en escena de la civilización. "El Capital" de Marx nos será tan necesario aquí como el libro de Morgan.
Nacida la gens en el estadio medio y desarrollada en el estadio superior del salvajismo, según nos lo permiten juzgar los documentos de que disponemos, alcanzó su época más floreciente en el estadio inferior de la barbarie. Por tanto, este grado de evolución es el que tomaremos como punto de partida.
Aquí, donde los pieles rojas de América deben servirnos de ejemplo encontramos completamente desarrollada la constitución gentilicia. Una tribu se divide en varias gens; por lo común en dos; al aumentar la población, cada una de estas gens primitivas se segmenta en varias gens hijas, para las cuales la gens madre aparece como fratria; la tribu misma se subdivide en varias tribus, donde encontramos, en la mayoría de los casos, las antiguas gens; una confederación, por lo menos en ciertas ocasiones, enlaza a las tribus emparentadas. Esta sencilla organización responde por completo a las condiciones sociales que la han engendrado. No es más que un agrupamiento espontáneo; es apta para allanar todos los conflictos que pueden nacer en el seno de una sociedad así organizada. Los conflictos exteriores los resuelve la guerra, que puede aniquilar a la tribu, pero no avasallarla. La grandeza del régimen de la gens, pero también su limitación, es que en ella no tienen cabida la dominación ni la servidumbre. En el interior, no existe aún diferencia entre derechos y deberes; para el indio no existe el problema de saber si es un derecho o un deber tomar parte en los negocios sociales, sumarse a una venganza de sangre o aceptar una compensación; el planteárselo le parecería tan absurdo como preguntarse si comer, dormir o cazar es un deber o un derecho. Tampoco puede haber allí división de la tribu o de la gens en clases distintas. Y esto nos conduce al examen de la base económica de este orden de cosas.
La población está en extremo espaciada, y sólo es densa en el lugar de residencia de la tribu, alrededor del cual se extiende en vasto círculo el territorio para la caza; luego viene la zona neutral del bosque protector que la separa de otras tribus. La división del trabajo es en absoluto espontánea: sólo existe entre los dos sexos. El hombre va a la guerra, se dedica a la caza y a la pesca, procura las materias primas para el alimento y produce los objetos necesarios para dicho propósito. La mujer cuida de la casa, prepara la comida y hace los vestidos; guisa, hila y cose. Cada uno es el amo en su dominio: el hombre en la selva, la mujer en la casa. Cada uno es el propietario de los instrumentos que elabora y usa: el hombre de sus armas, de sus pertrechos de caza y pesca; la mujer, de sus trebejos caseros. La economía doméstica es comunista, común para varias y a menudo para muchas familias[1]. Lo que se hace y se utiliza en común es de propiedad común: la casa, los huertos, las canoas. Aquí, y sólo aquí, es donde existe realmente "la propiedad fruto del trabajo personal", que los jurisconsultos y los economistas atribuyen a la sociedad civilizada y que es el último subterfugio jurídico en el cual se apoya hoy la propiedad capitalista.
Pero no en todas partes se detuvieron los hombres en esta etapa. En Asia encontraron animales que se dejaron primero domesticar y después criar. Antes había que ir de caza para apoderarse de la hembra del búfalo salvaje; ahora, domesticada, esta hembra suministraba cada año una cría y, por añadidura, leche. Ciertas tribus de las más adelantadas -los arios, los semitas y quizás los turanios-, hicieron de la domesticación y después de la cría y cuidado del ganado su principal ocupación. Las tribus de pastores se destacaron del resto de la masa de los bárbaros. Esta fue la primera gran división social del trabajo. Las tribus pastoriles, no sólo produjeron muchos más, sino también otros víveres que el resto de los bárbaros. Tenían sobre ellos la ventaja de poseer más leche, productos lácteos y carne; además, disponían de pieles, lanas, pelo de cabra, así como de hilos y tejidos, cuya cantidad aumentaba con la masa de las materias primas. Así fue posible, por primera vez, establecer un intecambio regular de productos. En los estadios anteriores no puede haber sino cambios accidentales. Verdad es que una particular habilidad en la fabricación de las armas y de los instrumentos puede producir una división transitoria del trabajo. Así, se han encontrado en muchos sitios restos de talleres, para fabricar instrumentos de sílice, procedentes de los últimos tiempos de la Edad de Piedra. Los artífices que ejercitaban en ellos su habilidad debieron de trabajar por cuenta de la colectividad, como todavía lo hacen los artesanos en las comunidades gentilicias de la India. En todo caso, en esta fase del desarrollo sólo podía haber cambio en el seno mismo de la tribu, y aun eso con carácter excepcional. Pero en cuanto las tribus pastoriles se separaron del resto de los salvajes, encontramos enteramente formadas las condiciones necesarias para el cambio entre los miembros de tribus diferentes y para el desarrollo y consolidación del cambio como una institución regular. Al principio, el cambio se hizo de tribu a tribu, por mediación de los jefes de las gens; pero cuando los rebaños empezaron poco a poco a ser propiedad privada, el cambio entre individuos fue predominando más y más y acabó por ser la forma única. El principal artículo que las tribus de pastores ofrecían en cambio a sus vecinos era el ganado; éste llegó a ser la mercancía que valoraba a todas las demás y se aceptaba con mucho gusto en todas partes a cambio de ellas; en una palabra, el ganado desempeñó las funciones de dinero y sirvió como tal ya en aquella época. Con esa rapidez y precisión se desarrolló desde el comienzo mismo del cambio de mercancías la necesidad de una mercancía que sirviese de dinero.
El cultivo de los huertos, probablemente desconocido para los bárbaros asiáticos del estadio inferior, apareció entre ellos mucho más tarde, en el estadio medio, como precursor de la agricultura. El clima de las mesetas turánicas no permite la vida pastoril sin provisiones de forraje para una larga y rigurosa invernada. Así, pues, era una condición allí necesaria el cultivo pratense y de cereales. Lo mismo puede decirse de las estepas situadas al norte del Mar Negro. Pero si al principio se recolectó el grano para el ganado, no tardó en llegar a ser también un alimento para el hombre. La tierra cultivada continuó siendo propiedad de la tribu y se entregaba en usufructo primero a la gens, después a las comunidades de familias y, por último, a los individuos. Estos debieron de tener ciertos derechos de posesión, pero nada más.
Entre los descubrimientos industriales de ese estadio, hay dos importantísimos. El primero es el telar y el segundo, la fundición de minerales y el labrado de los metales. El cobre, el estaño y el bronce, combinación de los dos primeros, eran con mucho los más importantes; el bronce suministraba instrumentos y armas, pero éstos no podían sustituir a los de piedra. Esto sólo le era posible al hierro, pero aún no se sabía cómo obtenerlo. El oro y la plata comenzaron a emplearse en alhajas y adornos, y probablemente alcanzaron un valor muy elevado con relación al cobre y al bronce.
A consecuencia del desarrollo de todos los ramos de la producción - ganadería, agricultura, oficios manuales domésticos-, la fuerza de trabajo del hombre iba haciéndose capaz de crear más productos que los necesarios para sus sostenimento. También aumentó la suma de trabajo que correspondía diariamente a cada miembro de la gens, de la comunidad doméstica o de la familia aislada. Era ya conveniente conseguir más fuerza de trabajo, y la guerra la suministró: los prisioneros fueron transformados en esclavos. Dadas todas las condiciones históricas de aquel entonces, la primera gran división social del trabajo, al aumentar la productividad del trabajo, y por consiguiente la riqueza, y al extender el campo de la actividad productora, tenía que traer consigo necesariamente la esclavitud. De la primera gran división social del trabajo nació la primera gran escisión de la sociedad en dos clases: señores y esclavos, explotadores y explotados.
Nada sabemos hasta ahora acerca de cuándo y cómo pasaron los rebaños de propiedad común de la tribu o de las gens a ser patrimonio de los distintos cabezas de familia; pero, en lo esencial, ello debió de acontecer en este estadio. Y con la aparición de los rebaños y las demás riquezas nuevas, se produjo una revolución en la familia. La industria había sido siempre asunto del hombre; los medios necesarios para ella eran producidos por él y propiedad suya. Los rebaños constituían la nueva industria; su domesticación al principio y su cuidado después, eran obra del hombre. Por eso el ganado le pertenecía, así como las mercancías y los esclavos que obtenía a cambio de él. Todo el excedente que dejaba ahora la producción pertenecía al hombre; la mujer participaba en su consumo, pero no tenía ninguna participación en su propiedad. El "salvaje", guerrero y cazador, se había conformado con ocupar en la casa el segundo lugar, después de la mujer; el pastor, "más dulce", engreído de su riqueza, se puso en primer lugar y relegó al segundo a la mujer. Y ella no podía quejarse. La división del trabajo en la familia había sido la base para distribuir la propiedad entre el hombre y la mujer. Esta división del trabajo en la familia continuaba siendo la misma, pero ahora trastornaba por completo las relaciones domésticas existentes por la mera razón de que la división del trabajo fuera de la familia había cambiado. La misma causa que había asegurado a la mujer su anterior supremacía en la casa -su ocupación exclusiva en las labores domésticas-, aseguraba ahora la preponderancia del hombre en el hogar: el trabajo doméstico de la mujer perdía ahora su importancia comparado con el trabajo productivo del hombre; este trabajo lo era todo; aquél, un accesorio insignificante. Esto demuestra ya que la emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluída del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado. La emancipación de la mujer no se hace posible sino cuando ésta puede participar en gran escala, en escala social, en la producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo insignificante. Esta condición sólo puede realizarse con la gran industria moderna, que no solamente permite el trabajo de la mujer en vasta escala, sino que hasta lo exige y tiende más y más a transformar el trabajo doméstico privado en una industria pública.
La supremacía efectiva del hombre en la casa había hecho caer los postreros obstáculos que se oponían a su poder absoluto. Este poder absoluto lo consolidaron y eternizaron la caída del derecho materno, la introducción del derecho paterno y el paso gradual del matrimonio sindiásmico a la monogamia. Pero esto abrió también una brecha en el orden antiguo de la gens; la familia particular llegó a ser potencia y se alzó amenazadora frente a la gens.
El progreso más inmediato nos conduce al estadio superior de la barbarie, período en que todos los pueblos civilizados pasan su época heroica: la edad de la espada de hierro, pero también del arado y del hacha de hierro. Al poner este metal a su servicio, el hombre se hizo dueño de la última y más importante de las materias primas que representaron en la historia un papel revolucionario; la última sin contar la patata. El hierro hizo posible la agricultura en grandes áreas, el desmonte de las más extensas comarcas selváticas; dio al artesano un instrumento de una dureza y un filo que ninguna piedra y ningún otro metal de los conocidos entonces podía tener. Todo esto acaeció poco a poco; el primer hierro era aún a menudo más blando que el bronce. Por eso el arma de piedra fue desapareciendo con lentitud; no sólo en el canto de Hildebrando, sino también en la batalla de Hastings, en 1066, aparecen en el combate las hachas de piedra. Pero el progreso era ya incontenible, menos intermitente y más rápido. La ciudad, encerrando dentro de su recinto de murallas, torres y almenas de piedra, casas también de piedra y de ladrillo, se hizo la residencia central de la tribu o de la confederación de tribus. Fue esto un progreso considerable en la arquitectura, pero también una señal de peligro creciente y de necesidad de defensa. La riqueza aumentaba con rapidez, pero bajo la forma de riqueza individual; el arte de tejer, el labrado de los metales y otros oficios, cada vez más especializados, dieron una variedad y una perfección creciente a la producción; la agricultura empezó a suministrar, además de grano, legumbres y frutas, aceite y vino, cuya preparación habíase aprendido. Un trabajo tan variado no podía ser ya cumplido por un solo individuo y se produjo la segunda gran división del trabajo: los oficios se separaron de la agricultura. El constante crecimiento de la producción, y con ella de la productividad del trabajo, aumentó el valor de la fuerza de trabajo del hombre; la esclavitud, aún en estado naciente y esporádico en el anterior estadio, se convirtió en un elemento esencial del sistema social. Los esclavos dejaron de ser simples auxiliares y los llevaban por decenas a trabajar en los campos o en lose talleres. Al escindirse la producción en las dos ramas principales -la agricultura y los oficios manuales-, nació la producción directa para el cambio, la producción mercantil, y con ella el comercio, no sólo en el interior y en las fronteras de la tribu, sino también por mar. Todo esto tenía aún muy poco desarrollo. Los metales preciosos empezaban a convertirse en la mercancía moneda, dominante y universal; sin embargo, no se acuñaban ún y sólo se cambiaban al peso.
La diferencia entre ricos y pobres se sumó a la existente entre libres y esclavos; de la nueva división del trabajo resultó una nueva escisión de la sociedad de clases. La desproporción de los distintos cabezas de familia destruyó las antiguas comunidades comunistas domésticas en todas partes donde se habían mantenido hasta entonces; con ello se puso fin al trabajo común de la tierra por cuenta de dichas comunidades. El suelo cultivable se distribuyó entre las familias particulares; al principio de un modo temporal, y más tarde para siempre; el paso a la propiedad privada completa se realizó poco a poco, paralelamente al tránsito del matrimonio sindiásmico, a la monogamia. La familia individual empezó a convertirse en la unidad económica de la sociedad.
La creciente densidad de la población requirió lazos más estrechos en el interior y frente al exterior; la confederación de tribus consanguíneas llegó a ser en todas partes una necesidad, como lo fue muy pronto su fusión y la reunión de los territorios de las distintas tribus en el territorio común del pueblo. El jefe militar del pueblo -rex, basileus, thiudans- llegó a ser un funcionario indispensable y permanente. La asamblea del pueblo se creció allí donde aún no existía. El jefe militar, el consejo y la asamblea del pueblo constituían los órganos de la democracia militar salida de la sociedad gentilicia. Y esta democracia era militar porque la guerra y la organización para la guerra constituían ya funciones regulares de la vida del pueblo. Los bienes de los vecinos excitaban la codicia de los pueblos, para quienes la adquisición de riquezas era ya uno de los primeros fines de la vida. Eran bárbaros: el saqueo les parecía más fácil y hasta más honroso que el trabajo productivo. La guerra, hecha anteriormente sólo para vengar la agresión o con el fin de extender un territorio que había llegado a ser insuficiente, se libraba ahora sin más propósito que el saqueo y se convirtió en una industria permanente. Por algo se alzaban amenazadoras las murallas alrededor de las nuevas ciudades fortificadas: sus fosos eran la tumba de la gens y sus torres alcanzaban ya la civilización. En el interior ocurrió lo mismo. Las guerras de rapiña aumentaban el poder del jefe militar superior, como el de los jefes inferiores; la elección habitual de sus sucesores en las mismas familias, sobre todo desde que se hubo introducido el derecho paterno, paso poco a poco a ser sucesión hereditaria, tolerada al principio, reclamada después y usurpada por último; con ello se echaron los cimientos de la monarquía y de la nobleza hereditaria. Así los organismos de la constitución gentilicia fueron rompiendo con las raíces que tenían en el pueblo, en la gens, en la fratria y en la tribu, con lo que todo el régimen gentilicio se transformó en su contrario: de una organización de tribus para la libre regulación de sus propios asuntos, se trocó en una organización para saquear y oprimir a los vecinos; con arreglo a esto, sus organismos dejaron de ser instrumento de la voluntad del pueblo y se convirtieron en organismos independientes para dominar y oprimir al propio pueblo. Esto nunca hubiera sido posible si el sórdido afán de riquezas no hubiese dividido a los miembros de la gens en ricos y pobres, "si la diferencia de bienes en el seno de una misma gens no hubiese transformado la comunidad de intereses en antagonismo entre los miembros de la gens" (Marx) y si la extensión de la esclavitud no hubiese comenzado a hacer considerar el hecho de ganarse la vida por medio del trabajo como un acto digno tan sólo de un esclavo y más deshonroso que la rapiña.
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Henos ya en los umbrales de la civilización, que se inicia por un nuevo progreso de la división del trabajo. En el estadio más inferior, los hombres no producían sino directamente para satisfacer sus propias necesidades; los pocos actos de cambio que se efectuaban eran aislados y sólo tenían por objeto excedentes obtenidos por casualidad. En el estadio medio de la barbarie, encontramos ya en los pueblos pastores una propiedad en forma de ganado, que, si los rebaños son suficientemente grandes, suministra con regularidad un excedente sobre el consumo propio; al mismo tiempo encontramos una división del trabajo entre los pueblos pastores y las tribus atrasadas, sin rebaños; y de ahí dos grados de producción diferentes uno junto a otro y, por tanto, las condiciones para un cambio regular. El estadio superior de la barbarie introduce una división más grande aún del trabajo: entre la agricultura y los oficios manuales; de ahí la producción cada vez mayor de objetos fabricados directamente para el cambio y la elevación del cambio entre productores individuales a la categoría de necesidad vital de la sociedad. La civilización consolida y aumenta todas estas divisiones del trabajo ya existentes, sobre todo acentuando el contraste entre la ciudad y el campo (lo cual permite a la ciudad dominar económicamente al campo, como en la antigüedad, o al campo dominar económicamente a la ciudad, como en la Edad Media), y añade una tercera división del trabajo, propio de ella y de capital importancia, creando una clase que no se ocupa de la producción, sino únicamente del cambio de los productos: los mercaderes. Hasta aquí sólo la producción había determinado los procesos de formación de clases nuevas; las personas que tomaban parte en ella se dividían en directores y ejecutores o en productores en grande y en pequeña escala. Ahora aparece por primera vez una clase que, sin tomar la menor parte en la producción, sabe conquistar su dirección general y avasallar económicamente a los productores; una clase que se convierte en el intermediario indispensable entre cada dos productores y los explota a ambos. So pretexto de desembarazarr a los productores de las fatigas y los riesgos del cambio, de extender la salida de sus productos hasta los mercados lejanos y llegar a ser así la clase más útil de la población, se forma una clase de parásitos, una clase de verdaderos gorrones de la sociedad, que como compensación por servicios en realidad muy mezquinos se lleva la nata de la producción patria y extranjera, amasa rápídamente riquezas enormes y adquiere una influencia social proporcionada a éstas y, por eso mismo, durante el período de la civilización, va ocupando una posición más y más honorífica y logra un dominio cada vez mayor sobre la producción, hasta que acaba por dar a luz un producto propio: las crisis comerciales periódicas.
Verdad es que en el grado de desarrollo que estamos analizando, la naciente clase de los mercaderes no sospechaba aún las grandes cosas a que estaba destinada. Pero se formó y se hizo indispensable, y esto fue suficiente. Con ella apareció el "dinero metálico", la moneda acuñada, nuevo medio para que el no productor dominara al productor y a su producción. Se había hallado la mercancía por excelencia, que encierra en estado latente todas las demás, el medio mágico que puede transformarse a voluntad en todas las cosas deseables y deseadas. Quien la poseía era dueño del mundo de la producción. ¿Y quién la poseyó antes que todos? El mercader. En sus manos, el culto del dinero estaba bien seguro. El mercader se cuidó de esclarecer que todas las mercancías, y con ellas todos sus productores, debían prosternarse ante el dinero. Probó de una manera práctica que todas las demás formas de la riqueza no eran sino una quimera frente a esta encarnación de riqueza como tal. De entonces acá, nunca se ha manifestado el poder del dinero con tal brutalidad, con semejante violencia primitiva como en aquel período de su juventud. Después de la compra de mercancías por dinero, vinieron los préstamos y con ellos el interés y la usura. Ninguna legislación posterior arroja tan cruel e irremisiblemente al deudor a los pies del acreedor usurero, como lo hacían las leyes de la antigua Atenas y de la antigua Roma; y en ambos casos esas leyes nacieron espontáneamente, bajo la forma de derecho consuetudinario, sin más compulsión que la económica.
Junto a la riqueza en mercancías y en esclavos, junto a la fortuna en dinero, apareció también la riqueza territorial. El derecho de posesión sobre las parcelas del suelo, concedido primitivamente a los individuos por la gens o por la tribu, se había consolidado hasta el punto de que esas parcelas les pertenecían como bienes hereditarios. Lo que en los últimos tiempos habían reclamado ante todo era quedar libres de los derechos que tenía sobre esas parcelas la comunidad gentilicia, derechos que se habían convertido para ellos en una traba. Esa traba desapareció, pero al poco tiempo desaparecía también la nueva propiedad territorial. La propiedad plena y libre del suelo no significaba tan sólo facultad de poseerlo íntegramente, sin restricción alguna, sino que también quería decir facultad de enajenarlo. Esta facultad no existió mientras el suelo fue propiedad de la gens. Pero cuando el nuevo propietario suprimió de una manera definitiva las trabas impuestas por la propiedad suprema de la gens y de la tribu, rompió también el vínculo que hasta entonces lo unía indisolublemente con el suelo. Lo que esto significaba se lo enseñó el dinero descubierto al mismo tiempo que advenía la propiedad privada de la tierra. El suelo podía ahora convertirse en una mercancía susceptible de ser vendida o pignorada. Apenas se introdujo la propiedad privada de la tierra, se inventó la hipoteca (véase Atenas). Así como el heterismo y la prostitución pisan los talones a la monogamia, de igual modo, a partir de este momento, la hipoteca se aferra a los faldones de la propiedad inmueble. ¿No quisisteis tener la propiedad del suelo completa, libre, enajenable? Pues, bien ¡ya la tenéis!
Así, junto a la extensión del comercio, junto al dinero y la usura, junto a la propiedad terrotorial y la hipoteca progresaron rápidamente la concentración y la centralización de la fortuna en manos de una clase poco numerosa, lo que fue acompañado del empobrecimiento de las masas y del aumento numérico de los pobres. La nueva aristocracia de la riqueza, en todas partes donde no coincidió con la antigua nobleza tribal, acabó por arrinconar a ésta (en Atenas, en Roma y entre los germanos). Y junto con esa división de los hombres libres en clases con arreglo a sus bienes, se produjo, sobr todo en Grecia, un enorme acrecentamiento del número de esclavos [3], cuyo trabajo forzado formaba la base de todo el edificio social.
Veamos ahora cuál fue la suerte de la gens en el curso de esta revolución social. Era impotente ante los nuevos elementos que habían crecido sin su concurso. Su primera condición de existencia era que los miembros de una gens o de una tribu estuviesen reunidos en el mismo territorio y habitasen en él exclusivamente. Ese estado de cosas había concluído hacia ya mucho. En todas partes estaban mezcladas gens y tribus; en todas partes esclavos, clientes y extranjeros vivían entre los ciudadanos. La vida sedentaria, alcanzada sólo hacia el fin del Estado medio de la barbarie, veíase alterada con frecuencia por la movilidad y los cambios de residencia debidos al comercio, a los cambios de ocupación y a las enajenaciones de la tierra. Los miembros de las uniones gentilicias no podían reunirse ya para resolver sus propios asuntos comunes; la gens sólo se ocupaba de cosas de menor importancia, como las fiestas religiosas, y eso a medias. Junto a las necesidades y los intereses para cuya defensa eran aptas y se habían formado las uniones gentilicias, la revolución en las relaciones económicas y la diferenciación social resultante de ésta habían dado origen a nuevas necesidades y nuevos intereses, que no sólo eran extraños, sino opuestos en todos los sentidos al antiguo orden gentilicio. Los intereses de los grupos de artesanos nacidos de la división del trabajo, las necesidades particulares de la ciudad, opuestas a las del campo, exigían organismos nuevos; pero cada uno de esos grupos se componía de personas perteneceientes a las gens, fratrias y tribus más diversas, y hasta de extranjeros. Esos organismos tenían, pues, que formarse necesariamente fuera del régimen gentilicio, aparte de él y, por tanto, contra él. Y en cada corporación de gentiles a su vez se dejaba sentir este conflicto de intereses, que alcanzaba su punto culminante en la reunión de pobres y ricos, de usureros y deudores dentro de la misma gens y de la misma tribu. A esto añadíase la masa de la nueva población extraña a las asociaciones gentilicias, que podía llegar a ser una fuerza en el país, como sucedió en Roma, y que, al mismo tiempo, era harto numerosa para poder ser admitida gradualmente en las estirpes y tribus consanguíneas. Las uniones gentilicias figuraban frente a esa masa como corporaciones cerradas, privilegiadas; la democracia primitiva, espontánea, se había transformado en una detestable aristocracia. En una palabra, el régimen de la gens, fruto de una sociedad que no conocía antagonismos interiores, no era adecuado sino para una sociedad de esta clase. No tenía más medios coercitivos que la opinión pública. Pero acababa de surgir una sociedad que, en virtud de las condiciones económicas generales de su existencia, había tenido que dividirse en hombres libres y en esclavos, en explotadores ricos y en explotados pobres; una sociedad que no sólo no podía conciliar estos antagonismos, sino que, por el contrario, se veía obligada a llevarlos a sus límites extremos. Una sociedad de este género no podía existir sino en medio de una lucha abierta e incesante de estas clases entre sí o bajo el dominio de un tercer poder que, puesto aparentemente por encima de las clases en lucha, suprimiera sus conflictos abiertos y no permitiera la lucha de clases más que en el terreno económico, bajo la forma llamada legal. El régimen gentilicio era ya algo caduco. Fue destruido por la división del trabajo, que dividió la sociedad en clases, y remplazado por el Estado.
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Hemos estudiado ya una por una las tres formas principales en que el Estado se alza sobre las ruinas de la gens. Atenas presenta la forma más pura y preponderantemente de los antagonismos de clase que se desarrollaban en el seno mismo de la sociedad gentilicia. En Roma la sociedad gentilicia se convirtió en una aristocracia cerrada en medio de una plebe numerosa y mantenida aparte, sin derechos, pero con deberes; la victoria de la plebe destruyó la antigua constitución de la gens e instituyó sobre sus ruinas el Estado, donde no tardaron en confundirse la aristocracia gentilicia y la plebe. Por último, entre los germanos vencedores del imperio romano el Estado surgió directamente de la conquista de vastos territorios extranjeros que el régimen gentilicio era impotente para dominar. Pero como a esa conquista no iba unida una lucha seria con la antigua población, ni una división más progresiva del trabajo; como el grado de desarrollo económico de los vencidos y de los vencedores era casi el mismo, y, por consiguiente, subsistía la antigua base económica de la sociedad, la gens pudo sostenerse a través de largos siglos, bajo una forma modificada, territorial, en la constitución de la marca, y hasta rejuvenecerse durante cierto tiempo, bajo una forma atenuada, en gens nobles y patricias posteriores y hasta en gens campesinas como en Dithmarschen[4].
Así, pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad; tampoco es "la realidad de la idea moral", "ni la imagen y la realidad de la razón", como afirma Hegel. Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del "orden". Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado.
Frente a la antigua organización gentilicia, el Estado se caracteriza en primer lugar por la agrupación de sus súbditos según "divisiones territoriales". Las antiguas asociaciones gentilicias, constituídas y sostenidas por vínculos de sangre, habían llegado a ser, según lo hemos visto, insuficientes en gran parte, porque suponían la unión de los asociados con un territorio determinado, lo cual había dejado de suceder desde largo tiempo atrás. El territorio no se había movido, pero los hombres sí. Se tomó como punto de partida la división territorial, y se dejó a los ciudadanos ejercer sus derechos y sus deberes sociales donde se hubiesen establecido, independientemente de la gens y de la tribu. Esta organización de los súbditos del Estado conforme al territorio es común a todos los Estados. Por eso nos parece natural; pero en anteriores capítulos hemos visto cuán porfiadas y largas luchas fueron menester antes de que en Atenas y en Roma pudiera sustituir a la antigua organización gentilicia.
El segundo rasgo característico es la institución de una "fuerza pública", que ya no es el pueblo armado. Esta fuerza pública especial hácese necesaria porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible una organización armada espontánea de la población. Los esclavos también formaban parte de la población; los 90.000 ciudadanos de Atenas sólo constituían una clase privilegiada, frente a los 365.000 esclavos. El ejército popular de la democracia ateniense era una fuerza pública aristocrática contra los esclavos, a quienes mantenía sumisos; mas, para tener a raya a los ciudadanos, se hizo necesaria también una policía, como hemos dicho anteriormente. Esta fuerza pública existe en todo Estado; y no está formada sólo por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía. Puede ser muy poco importante, o hasta casi nula, en las sociedades donde aún no se han desarrollado los antagonismos de clase y en territorios lejanos, como sucedió en ciertos lugares y épocas en los Estados Unidos de América. Pero se fortalece a medida que los antagonismos de clase se exacerban dentro del Estado y a medida que se hacen más grandes y más poblados los Estados colindantes. Y si no, examínese nuestra Europa actual, donde la lucha de clases y la rivalidad en las conquistas han hecho crecer tanto la fuerza pública, que amenaza con devorar a la sociedad entera y aun al Estado mismo.
Para sostener en pie esa fuerza pública, se necesitan contribuciones por parte de los ciudadanos del Estado: los "impuestos". La sociedad gentilicia nunca tuvo idea de ellos, pero nosotros los conocemos bastante bien. Con los progresos de la civilización, incluso los impuestos llegan a ser poco; el Estado libra letras sobre el futuro, contrata empréstitos, contrae "deudas de Estado". También de esto puede hablarnos, por propia experiencia, la vieja Europa.
Dueños de la fuerza pública y del derecho de recaudar los impuestos, los funcionarios, como órganos de la sociedad, aparecen ahora situados por encima de ésta. El respeto que se tributaba libre y voluntariamente a los órganos de la constitución gentilicia ya no les basta, incluso si pudieran ganarlo; vehículos de un Poder que se ha hecho extraño a la sociedad, necesitan hacerse respetar por medio de las leyes de excepción, merced a las cuales gozan de una aureola y de una inviolabilidad particulares. El más despreciable polizonte del Estado civilizado tiene más <> que todos los órganos del poder de la sociedad gentilicia reunidos; pero el príncipe más poderoso, el más grande hombre público o guerrero de la civilización, puede envidiar al más modesto jefe gentil el respeto espontáneo y universal que se le profesaba. El uno se movía dentro de la sociedad; el otro se ve forzado a pretender representar algo que está fuera y por encima de ella. Como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, es, por regla general, el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que, con ayuda de él, se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida. Así, el Estado antiguo era, ante todo, el Estado de los esclavistas para tener sometidos a los esclavos; el Estado feudal era el órgano de que se valía la nobleza para tener sujetos a los campesinos siervos, y el moderno Estado representativo es el instrumento de que se sirve el capital para explotar el trabajo asalariado. Sin embargo, por excepción, hay períodos en que las clases en lucha están tan equilibradas, que el poder del Estado, como mediador aparente, adquiere cierta independencia momentánea respecto a una y otra. En este caso se halla la monarquía absoluta de los siglos XVII y XVIII, que mantenía a nivel la balanza entre la nobleza y la burguesía; y en este caso estuvieron el bonapartismo del Primer Imperio francés [5], y sobre todo el del Segundo, valiéndose de los proletarios contra la clase media, y de ésta contra aquéllos. La más reciente producción de esta especie, donde opresores y oprimidos aparecen igualmente ridículos, es el nuevo imperio alemán de la nación bismarckiana: aquí se contrapesa a capitalistas y trabajadores unos con otros, y se les extrae el jugo sin distinción en provecho de los junkers prusianos de provincias, venidos a menos.
Además, en la mayor parte de los Estados históricos los derechos concedidos a los ciudadanos se gradúan con arreglo a su fortuna, y con ello se declara expresamente que el Estado es un organismo para proteger a la clase que posee contra la desposeída. Así sucedía ya en Atenas y en Roma, donde la clasificación era por la cuantía de los bienes de fortuna. Lo mismo sucede en el Estado feudal de la Edad Media, donde el poder político se distribuyó según la propiedad territorial. Y así lo observamos en el censo electoral de los Estados representativos modernos. Sin embargo, este reconocimiento político de la diferencia de fortunas no es nada esencial. Por el contrario, denota un grado inferior en el desarrollo del Estado. La forma más elevada del Estado, la república democrática, que en nuestras condiciones sociales modernas se va haciendo una necesidad cada vez más ineludible, y que es la única forma de Estado bajo la cual puede darse la batalla última y definitiva entre el proletariado y la burguesía, no reconoce oficialmente diferencias de fortuna. En ella la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero por ello mismo de un modo más seguro. De una parte, bajo la forma de corrupción directa de los funcionarios, de lo cual es América un modelo clásico, y, de otra parte, bajo la forma de alianza entre el gobierno y la Bolsa. Esta alianza se realiza con tanta mayor facilidad, cuanto más crecen las deudas del Estado y más van concentrando en sus manos las sociedades por acciones, no sólo el transporte, sino también la producción misma, haciendo de la Bolsa su centro. Fuera de América, la nueva república francesa es un patente ejemplo de ello, y la buena vieja Suiza también ha hecho su aportación en este terreno. Pero que la república democrática no es imprescindible para esa unión fraternal entre la Bolsa y el gobierno, lo prueba, además de Inglaterra, el nuevo imperio alemán, donde no puede decirse a quién ha elevado más arriba el sufragio universal, si a Bismarck o a Bleichröder. Y, por último, la clase poseedora impera de un modo directo por medio del sufragio universal. Mientras la clase oprimida -- en nuestro caso el proletariado-- no está madura para libertarse ella misma, su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda. Pero a medida que va madurando para emanciparse ella misma, se constituye como un partido independiente, elige sus propios representantes y no los de los capitalistas. El sufragio universal es, de esta suerte, el índice de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual, pero esto es bastante. El día en que el termómetro del sufragio universal marque para los trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo mismo que los capitalistas, qué deben hacer.
Por tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades que se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni de su poder. Al llegar a cierta fase del desarrollo económico, que estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo del Estado una necesidad. Ahora nos aproximamos con rapidez a una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte positivamente en un obstáculo para la producción. Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce.
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Por todo lo que hemos dicho, la civilización es, pues, el estadio de desarrollo de la sociedad en que la división del trabajo, el cambio entre individuos que de ella deriva, y la producción mercantil que abarca a una y otro, alcanzan su pleno desarrollo y ocasionan una revolución en toda la sociedad anterior.
En todos los estadios anteriores de la sociedad, la producción era esencialmente colectiva y el consumo se efectuaba también bajo un régimen de reparto directo de los productos, en el seno de pequeñas o grandes colectividades comunistas. Esa producción colectiva se realizaba dentro de los más estrechos límites, pero llevaba aparejado el dominio de los productores sobre el proceso de la producción y sobre su producto. Estos sabían qué era del producto: lo consumían, no salía de sus manos. Y mientras la producción se efectuó sobre esta base, no pudo sobreponerse a los productores, ni hacer surgir frente a ellos el espectro de poderes extraños, cual sucede regular e inevitablemente en la civilización.
Pero en este modo de producir se introdujo lentamente la división del trabajo, la cual minó la comunidad de producción y de apropiación, erigió en regla predominante la apropiación individual, y de ese modo creó el cambio entre individuos (ya examinamos anteriormente cómo). Poco a poco, la producción mercantil se hizo la forma dominante.
Con la producción mercantil, producción no ya para el consumo personal, sino para el cambio, los productos pasan necesariamente de unas manos a otras. El productor se separa de su producto en el cambio, y ya no sabe qué se hace de él. Tan pronto como el dinero, y con él el mercader, interviene como intermediario entre los productores, se complica más el sistema de cambio y se vuelve todavía más incierto el destino final de los productos. Los mercaderes son muchos y ninguno de ellos sabe lo que hacen los demás. Ahora las mercancías no sólo van de mano en mano, sino de mercado en mercado; los productores han dejado ya de ser dueños de la producción total de las condiciones de su propia vida, y los comerciantes tampoco han llegado a serlo. Los productos y la producción están entregados al azar.
Pero el azar no es más que uno de los polos de una interdependencia, el otro polo de la cual se llama necesidad. En la naturaleza, donde también parece dominar el azar, hace mucho tiempo que hemos dernostrado en cada dominio particular la necesidad inmanente y las leyes internas que se afirman en aquel azar. Y lo que es cierto para la naturaleza, también lo es para la sociedad. Cuanto más escapa del control consciente del hombre y se sobrepone a él una actividad social, una serie de procesos sociales, cuando más abandonada parece esa actividad al puro azar, tanto más las leyes propias, inmanentes, de dicho azar, se manifiestan como una necesidad natural. Leyes análogas rigen las eventualidades de la producción mercantil y del cambio de las mercancías; frente al productor y al comerciante aislados, surgen como factores extraños y desconocidos, cuya naturaleza es preciso desentrañar y estudiar con suma meticulosidad. Estas leyes económicas de la producción mercantil se modifican según los diversos grados de desarrollo de esta forma de producir; pero, en general, todo el período de la civilización está regido por ellas. Hoy, el producto domina aún al productor; hoy, toda la producción social está aún regulada, no conforme a un plan elaborado en común, sino por leyes ciegas que se imponen con la violencia de los elementos, en último término, en las tempestades de las crisis comerciales periódicas.
Hemos visto cómo en un estadio bastante temprano del desarrollo de la producción, la fuerza de trabajo del hombre llega a ser apta para suministrar un producto mucho más cuantioso de lo que exige el sustento de los productores, y cómo este estadio de desarrollo es, en lo esencial, el mismo donde nacen la división del trabajo y el cambio entre individuos. No tardó mucho en ser descubierta la gran <> de que el hombre también podía servir de mercancía, de que la fuerza de trabajo del hombre podía llegar a ser un objeto de cambio y de consumo si se hacía del hombre un esclavo. Apenas comenzaron los hombres a practicar el cambio, ellos mismos se vieron cambiados. La voz activa se convirtió en voz pasiva, independientemente de la voluntad de los hombres.
Con la esclavitud, que alcanzó su desarrollo máximo bajo la civilización, realizóse la primera gran escisión de la sociedad en una clase explotadora y una clase explotada. Esta escisión se ha sostenido durante todo el período civilizado. La esclavitud es la primera forma de la explotación, la forma propia del mundo antiguo; le suceden la servidumbre, en la Edad Media, y el trabajo asalariado en los tiempos modernos. Estas son las tres grandes formas del avasallamiento, que caracterizan las tres grandes épocas de la civilización; ésta va siempre acompañada de la esclavitud, franca al principio, más o menos disfrazada después.
El estadio de la producción de mercancías, con el que comienza la civilización, se distinguc desde el punto de vista económico por la introducción: 1) de la moneda metálica, y con ella del capital en dinero, del interés y de la usura; 2) de los mercaderes, como clase intermediaria entre los productores; 3) de la propiedad privada de la tierra y de la hipoteca, y 4) del trabajo de los esclavos como forma dominante de la producción. La forma de familia que corresponde a la civilización y vence definitivamente con ella es la monogamia, la supremacía del hombre sobre la mujer, y la familia individual como unidad económica de la sociedad. La fuerza cohesiva de la sociedad civilizada la constituye el Estado, que, en todos los períodos típicos, es exclusivamente el Estado de la clase dominante y, en todos los casos, una máquina esencialmente destinada a reprimir a la clase oprimida y explotada. También es característico de la civilización, por una parte, fijar la oposición entre la ciudad y el campo como base de toda la división del trabajo social; y, por otra parte, introducir los testamentos, por medio de los cuales el propietario puede disponer de sus bienes aun después de su muerte. Esta institución, que es un golpe directo a la antigua constitución de la gens, era desconocida en Atenas aun en los tiempos de Solón; se introdujo muy pronto en Roma, pero ignoramos en qué época [6]. En Alemania la implantaron los clérigos para que los cándidos alemanes pudiesen instituir con toda libertad legados a favor de la Iglesia.
Con este régimen como base, la civilización ha realizado cosas de las que distaba muchísimo de ser capaz la antigua sociedad gentilicia. Pero las ha llevado a cabo poniendo en movimiento los impulsos y pasiones más viles de los hombres y a costa de sus mejores disposiciones. La codicia vulgar ha sido la fuerza motriz de la civilización desde sus primeros días hasta hoy, su único objetivo determinante es la riqueza, otra vez la riqueza y siempre la riqueza, pero no la de la sociedad, sino la de tal o cual miserable individuo. Si a pesar de eso han correspondido a la civilización el desarrollo creciente de la ciencia y reiterados períodos del más opulento esplendor del arte, sólo ha acontecido así porque sin ello hubieran sido imposibles, en toda su plenitud, las actuales realizaciones en la acumulación de riquezas.
Siendo la base de la civilización la explotación de una clase por otra, su desarrollo se opera en una constante contradicción. Cada progreso de la producción es al mismo tiempo un retroceso en la situación de la clase oprimida, es decir, de la inmensa mayoría. Cada beneficio para unos es por necesidad un perjuicio para otros; cada grado de emancipación conseguido por una clase es un nuevo elemento de opresión para la otra. La prueba más elocuente de esto nos la da la introducción de la maquinaria, cuyos efectos conoce hoy el mundo entero. Y si, como hemos visto, entre los bárbaros apenas puede establecerse la diferencia entre los derechos y los deberes, la civilización señala entre ellos una diferencia y un contraste que saltan a la vista del hombre menos inteligente, en el sentido de que da casi todos los derechos a una clase y casi todos los deberes a la otra.
Pero eso no debe ser. Lo que es bueno para la clase dominante, debe ser bueno para la sociedad con la cual se identifica aquélla. Por ello, cuanto más progresa la civilización, más obligada se cree a cubrir con el manto de la caridad los males que ha engendrado fatalmente, a pintarlos de color de rosa o a negarlos. En una palabra, introduce una hipocresía convencional que no conocían las primitivas formas de la sociedad ni aun los primeros grados de la civilización, y que llega a su cima en la declaración: la explotación de la clase oprimida es ejercida por la clase explotadora exclusiva y únicamente en beneficio de la clase explotada; y si esta última no lo reconoce así y hasta se muestra rebelde, esto constituye por su parte la más negra ingratitud hacia sus bienhechores, los explotadores [7].
Y, para concluir, véase el juicio que acerca de la civilización emite Morgan:
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<>. (Morgan, "La Sociedad Antigua", pág. 552.)
Nacida la gens en el estadio medio y desarrollada en el estadio superior del salvajismo, según nos lo permiten juzgar los documentos de que disponemos, alcanzó su época más floreciente en el estadio inferior de la barbarie. Por tanto, este grado de evolución es el que tomaremos como punto de partida.
Aquí, donde los pieles rojas de América deben servirnos de ejemplo encontramos completamente desarrollada la constitución gentilicia. Una tribu se divide en varias gens; por lo común en dos; al aumentar la población, cada una de estas gens primitivas se segmenta en varias gens hijas, para las cuales la gens madre aparece como fratria; la tribu misma se subdivide en varias tribus, donde encontramos, en la mayoría de los casos, las antiguas gens; una confederación, por lo menos en ciertas ocasiones, enlaza a las tribus emparentadas. Esta sencilla organización responde por completo a las condiciones sociales que la han engendrado. No es más que un agrupamiento espontáneo; es apta para allanar todos los conflictos que pueden nacer en el seno de una sociedad así organizada. Los conflictos exteriores los resuelve la guerra, que puede aniquilar a la tribu, pero no avasallarla. La grandeza del régimen de la gens, pero también su limitación, es que en ella no tienen cabida la dominación ni la servidumbre. En el interior, no existe aún diferencia entre derechos y deberes; para el indio no existe el problema de saber si es un derecho o un deber tomar parte en los negocios sociales, sumarse a una venganza de sangre o aceptar una compensación; el planteárselo le parecería tan absurdo como preguntarse si comer, dormir o cazar es un deber o un derecho. Tampoco puede haber allí división de la tribu o de la gens en clases distintas. Y esto nos conduce al examen de la base económica de este orden de cosas.
La población está en extremo espaciada, y sólo es densa en el lugar de residencia de la tribu, alrededor del cual se extiende en vasto círculo el territorio para la caza; luego viene la zona neutral del bosque protector que la separa de otras tribus. La división del trabajo es en absoluto espontánea: sólo existe entre los dos sexos. El hombre va a la guerra, se dedica a la caza y a la pesca, procura las materias primas para el alimento y produce los objetos necesarios para dicho propósito. La mujer cuida de la casa, prepara la comida y hace los vestidos; guisa, hila y cose. Cada uno es el amo en su dominio: el hombre en la selva, la mujer en la casa. Cada uno es el propietario de los instrumentos que elabora y usa: el hombre de sus armas, de sus pertrechos de caza y pesca; la mujer, de sus trebejos caseros. La economía doméstica es comunista, común para varias y a menudo para muchas familias[1]. Lo que se hace y se utiliza en común es de propiedad común: la casa, los huertos, las canoas. Aquí, y sólo aquí, es donde existe realmente "la propiedad fruto del trabajo personal", que los jurisconsultos y los economistas atribuyen a la sociedad civilizada y que es el último subterfugio jurídico en el cual se apoya hoy la propiedad capitalista.
Pero no en todas partes se detuvieron los hombres en esta etapa. En Asia encontraron animales que se dejaron primero domesticar y después criar. Antes había que ir de caza para apoderarse de la hembra del búfalo salvaje; ahora, domesticada, esta hembra suministraba cada año una cría y, por añadidura, leche. Ciertas tribus de las más adelantadas -los arios, los semitas y quizás los turanios-, hicieron de la domesticación y después de la cría y cuidado del ganado su principal ocupación. Las tribus de pastores se destacaron del resto de la masa de los bárbaros. Esta fue la primera gran división social del trabajo. Las tribus pastoriles, no sólo produjeron muchos más, sino también otros víveres que el resto de los bárbaros. Tenían sobre ellos la ventaja de poseer más leche, productos lácteos y carne; además, disponían de pieles, lanas, pelo de cabra, así como de hilos y tejidos, cuya cantidad aumentaba con la masa de las materias primas. Así fue posible, por primera vez, establecer un intecambio regular de productos. En los estadios anteriores no puede haber sino cambios accidentales. Verdad es que una particular habilidad en la fabricación de las armas y de los instrumentos puede producir una división transitoria del trabajo. Así, se han encontrado en muchos sitios restos de talleres, para fabricar instrumentos de sílice, procedentes de los últimos tiempos de la Edad de Piedra. Los artífices que ejercitaban en ellos su habilidad debieron de trabajar por cuenta de la colectividad, como todavía lo hacen los artesanos en las comunidades gentilicias de la India. En todo caso, en esta fase del desarrollo sólo podía haber cambio en el seno mismo de la tribu, y aun eso con carácter excepcional. Pero en cuanto las tribus pastoriles se separaron del resto de los salvajes, encontramos enteramente formadas las condiciones necesarias para el cambio entre los miembros de tribus diferentes y para el desarrollo y consolidación del cambio como una institución regular. Al principio, el cambio se hizo de tribu a tribu, por mediación de los jefes de las gens; pero cuando los rebaños empezaron poco a poco a ser propiedad privada, el cambio entre individuos fue predominando más y más y acabó por ser la forma única. El principal artículo que las tribus de pastores ofrecían en cambio a sus vecinos era el ganado; éste llegó a ser la mercancía que valoraba a todas las demás y se aceptaba con mucho gusto en todas partes a cambio de ellas; en una palabra, el ganado desempeñó las funciones de dinero y sirvió como tal ya en aquella época. Con esa rapidez y precisión se desarrolló desde el comienzo mismo del cambio de mercancías la necesidad de una mercancía que sirviese de dinero.
El cultivo de los huertos, probablemente desconocido para los bárbaros asiáticos del estadio inferior, apareció entre ellos mucho más tarde, en el estadio medio, como precursor de la agricultura. El clima de las mesetas turánicas no permite la vida pastoril sin provisiones de forraje para una larga y rigurosa invernada. Así, pues, era una condición allí necesaria el cultivo pratense y de cereales. Lo mismo puede decirse de las estepas situadas al norte del Mar Negro. Pero si al principio se recolectó el grano para el ganado, no tardó en llegar a ser también un alimento para el hombre. La tierra cultivada continuó siendo propiedad de la tribu y se entregaba en usufructo primero a la gens, después a las comunidades de familias y, por último, a los individuos. Estos debieron de tener ciertos derechos de posesión, pero nada más.
Entre los descubrimientos industriales de ese estadio, hay dos importantísimos. El primero es el telar y el segundo, la fundición de minerales y el labrado de los metales. El cobre, el estaño y el bronce, combinación de los dos primeros, eran con mucho los más importantes; el bronce suministraba instrumentos y armas, pero éstos no podían sustituir a los de piedra. Esto sólo le era posible al hierro, pero aún no se sabía cómo obtenerlo. El oro y la plata comenzaron a emplearse en alhajas y adornos, y probablemente alcanzaron un valor muy elevado con relación al cobre y al bronce.
A consecuencia del desarrollo de todos los ramos de la producción - ganadería, agricultura, oficios manuales domésticos-, la fuerza de trabajo del hombre iba haciéndose capaz de crear más productos que los necesarios para sus sostenimento. También aumentó la suma de trabajo que correspondía diariamente a cada miembro de la gens, de la comunidad doméstica o de la familia aislada. Era ya conveniente conseguir más fuerza de trabajo, y la guerra la suministró: los prisioneros fueron transformados en esclavos. Dadas todas las condiciones históricas de aquel entonces, la primera gran división social del trabajo, al aumentar la productividad del trabajo, y por consiguiente la riqueza, y al extender el campo de la actividad productora, tenía que traer consigo necesariamente la esclavitud. De la primera gran división social del trabajo nació la primera gran escisión de la sociedad en dos clases: señores y esclavos, explotadores y explotados.
Nada sabemos hasta ahora acerca de cuándo y cómo pasaron los rebaños de propiedad común de la tribu o de las gens a ser patrimonio de los distintos cabezas de familia; pero, en lo esencial, ello debió de acontecer en este estadio. Y con la aparición de los rebaños y las demás riquezas nuevas, se produjo una revolución en la familia. La industria había sido siempre asunto del hombre; los medios necesarios para ella eran producidos por él y propiedad suya. Los rebaños constituían la nueva industria; su domesticación al principio y su cuidado después, eran obra del hombre. Por eso el ganado le pertenecía, así como las mercancías y los esclavos que obtenía a cambio de él. Todo el excedente que dejaba ahora la producción pertenecía al hombre; la mujer participaba en su consumo, pero no tenía ninguna participación en su propiedad. El "salvaje", guerrero y cazador, se había conformado con ocupar en la casa el segundo lugar, después de la mujer; el pastor, "más dulce", engreído de su riqueza, se puso en primer lugar y relegó al segundo a la mujer. Y ella no podía quejarse. La división del trabajo en la familia había sido la base para distribuir la propiedad entre el hombre y la mujer. Esta división del trabajo en la familia continuaba siendo la misma, pero ahora trastornaba por completo las relaciones domésticas existentes por la mera razón de que la división del trabajo fuera de la familia había cambiado. La misma causa que había asegurado a la mujer su anterior supremacía en la casa -su ocupación exclusiva en las labores domésticas-, aseguraba ahora la preponderancia del hombre en el hogar: el trabajo doméstico de la mujer perdía ahora su importancia comparado con el trabajo productivo del hombre; este trabajo lo era todo; aquél, un accesorio insignificante. Esto demuestra ya que la emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluída del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado. La emancipación de la mujer no se hace posible sino cuando ésta puede participar en gran escala, en escala social, en la producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo insignificante. Esta condición sólo puede realizarse con la gran industria moderna, que no solamente permite el trabajo de la mujer en vasta escala, sino que hasta lo exige y tiende más y más a transformar el trabajo doméstico privado en una industria pública.
La supremacía efectiva del hombre en la casa había hecho caer los postreros obstáculos que se oponían a su poder absoluto. Este poder absoluto lo consolidaron y eternizaron la caída del derecho materno, la introducción del derecho paterno y el paso gradual del matrimonio sindiásmico a la monogamia. Pero esto abrió también una brecha en el orden antiguo de la gens; la familia particular llegó a ser potencia y se alzó amenazadora frente a la gens.
El progreso más inmediato nos conduce al estadio superior de la barbarie, período en que todos los pueblos civilizados pasan su época heroica: la edad de la espada de hierro, pero también del arado y del hacha de hierro. Al poner este metal a su servicio, el hombre se hizo dueño de la última y más importante de las materias primas que representaron en la historia un papel revolucionario; la última sin contar la patata. El hierro hizo posible la agricultura en grandes áreas, el desmonte de las más extensas comarcas selváticas; dio al artesano un instrumento de una dureza y un filo que ninguna piedra y ningún otro metal de los conocidos entonces podía tener. Todo esto acaeció poco a poco; el primer hierro era aún a menudo más blando que el bronce. Por eso el arma de piedra fue desapareciendo con lentitud; no sólo en el canto de Hildebrando, sino también en la batalla de Hastings, en 1066, aparecen en el combate las hachas de piedra. Pero el progreso era ya incontenible, menos intermitente y más rápido. La ciudad, encerrando dentro de su recinto de murallas, torres y almenas de piedra, casas también de piedra y de ladrillo, se hizo la residencia central de la tribu o de la confederación de tribus. Fue esto un progreso considerable en la arquitectura, pero también una señal de peligro creciente y de necesidad de defensa. La riqueza aumentaba con rapidez, pero bajo la forma de riqueza individual; el arte de tejer, el labrado de los metales y otros oficios, cada vez más especializados, dieron una variedad y una perfección creciente a la producción; la agricultura empezó a suministrar, además de grano, legumbres y frutas, aceite y vino, cuya preparación habíase aprendido. Un trabajo tan variado no podía ser ya cumplido por un solo individuo y se produjo la segunda gran división del trabajo: los oficios se separaron de la agricultura. El constante crecimiento de la producción, y con ella de la productividad del trabajo, aumentó el valor de la fuerza de trabajo del hombre; la esclavitud, aún en estado naciente y esporádico en el anterior estadio, se convirtió en un elemento esencial del sistema social. Los esclavos dejaron de ser simples auxiliares y los llevaban por decenas a trabajar en los campos o en lose talleres. Al escindirse la producción en las dos ramas principales -la agricultura y los oficios manuales-, nació la producción directa para el cambio, la producción mercantil, y con ella el comercio, no sólo en el interior y en las fronteras de la tribu, sino también por mar. Todo esto tenía aún muy poco desarrollo. Los metales preciosos empezaban a convertirse en la mercancía moneda, dominante y universal; sin embargo, no se acuñaban ún y sólo se cambiaban al peso.
La diferencia entre ricos y pobres se sumó a la existente entre libres y esclavos; de la nueva división del trabajo resultó una nueva escisión de la sociedad de clases. La desproporción de los distintos cabezas de familia destruyó las antiguas comunidades comunistas domésticas en todas partes donde se habían mantenido hasta entonces; con ello se puso fin al trabajo común de la tierra por cuenta de dichas comunidades. El suelo cultivable se distribuyó entre las familias particulares; al principio de un modo temporal, y más tarde para siempre; el paso a la propiedad privada completa se realizó poco a poco, paralelamente al tránsito del matrimonio sindiásmico, a la monogamia. La familia individual empezó a convertirse en la unidad económica de la sociedad.
La creciente densidad de la población requirió lazos más estrechos en el interior y frente al exterior; la confederación de tribus consanguíneas llegó a ser en todas partes una necesidad, como lo fue muy pronto su fusión y la reunión de los territorios de las distintas tribus en el territorio común del pueblo. El jefe militar del pueblo -rex, basileus, thiudans- llegó a ser un funcionario indispensable y permanente. La asamblea del pueblo se creció allí donde aún no existía. El jefe militar, el consejo y la asamblea del pueblo constituían los órganos de la democracia militar salida de la sociedad gentilicia. Y esta democracia era militar porque la guerra y la organización para la guerra constituían ya funciones regulares de la vida del pueblo. Los bienes de los vecinos excitaban la codicia de los pueblos, para quienes la adquisición de riquezas era ya uno de los primeros fines de la vida. Eran bárbaros: el saqueo les parecía más fácil y hasta más honroso que el trabajo productivo. La guerra, hecha anteriormente sólo para vengar la agresión o con el fin de extender un territorio que había llegado a ser insuficiente, se libraba ahora sin más propósito que el saqueo y se convirtió en una industria permanente. Por algo se alzaban amenazadoras las murallas alrededor de las nuevas ciudades fortificadas: sus fosos eran la tumba de la gens y sus torres alcanzaban ya la civilización. En el interior ocurrió lo mismo. Las guerras de rapiña aumentaban el poder del jefe militar superior, como el de los jefes inferiores; la elección habitual de sus sucesores en las mismas familias, sobre todo desde que se hubo introducido el derecho paterno, paso poco a poco a ser sucesión hereditaria, tolerada al principio, reclamada después y usurpada por último; con ello se echaron los cimientos de la monarquía y de la nobleza hereditaria. Así los organismos de la constitución gentilicia fueron rompiendo con las raíces que tenían en el pueblo, en la gens, en la fratria y en la tribu, con lo que todo el régimen gentilicio se transformó en su contrario: de una organización de tribus para la libre regulación de sus propios asuntos, se trocó en una organización para saquear y oprimir a los vecinos; con arreglo a esto, sus organismos dejaron de ser instrumento de la voluntad del pueblo y se convirtieron en organismos independientes para dominar y oprimir al propio pueblo. Esto nunca hubiera sido posible si el sórdido afán de riquezas no hubiese dividido a los miembros de la gens en ricos y pobres, "si la diferencia de bienes en el seno de una misma gens no hubiese transformado la comunidad de intereses en antagonismo entre los miembros de la gens" (Marx) y si la extensión de la esclavitud no hubiese comenzado a hacer considerar el hecho de ganarse la vida por medio del trabajo como un acto digno tan sólo de un esclavo y más deshonroso que la rapiña.
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Henos ya en los umbrales de la civilización, que se inicia por un nuevo progreso de la división del trabajo. En el estadio más inferior, los hombres no producían sino directamente para satisfacer sus propias necesidades; los pocos actos de cambio que se efectuaban eran aislados y sólo tenían por objeto excedentes obtenidos por casualidad. En el estadio medio de la barbarie, encontramos ya en los pueblos pastores una propiedad en forma de ganado, que, si los rebaños son suficientemente grandes, suministra con regularidad un excedente sobre el consumo propio; al mismo tiempo encontramos una división del trabajo entre los pueblos pastores y las tribus atrasadas, sin rebaños; y de ahí dos grados de producción diferentes uno junto a otro y, por tanto, las condiciones para un cambio regular. El estadio superior de la barbarie introduce una división más grande aún del trabajo: entre la agricultura y los oficios manuales; de ahí la producción cada vez mayor de objetos fabricados directamente para el cambio y la elevación del cambio entre productores individuales a la categoría de necesidad vital de la sociedad. La civilización consolida y aumenta todas estas divisiones del trabajo ya existentes, sobre todo acentuando el contraste entre la ciudad y el campo (lo cual permite a la ciudad dominar económicamente al campo, como en la antigüedad, o al campo dominar económicamente a la ciudad, como en la Edad Media), y añade una tercera división del trabajo, propio de ella y de capital importancia, creando una clase que no se ocupa de la producción, sino únicamente del cambio de los productos: los mercaderes. Hasta aquí sólo la producción había determinado los procesos de formación de clases nuevas; las personas que tomaban parte en ella se dividían en directores y ejecutores o en productores en grande y en pequeña escala. Ahora aparece por primera vez una clase que, sin tomar la menor parte en la producción, sabe conquistar su dirección general y avasallar económicamente a los productores; una clase que se convierte en el intermediario indispensable entre cada dos productores y los explota a ambos. So pretexto de desembarazarr a los productores de las fatigas y los riesgos del cambio, de extender la salida de sus productos hasta los mercados lejanos y llegar a ser así la clase más útil de la población, se forma una clase de parásitos, una clase de verdaderos gorrones de la sociedad, que como compensación por servicios en realidad muy mezquinos se lleva la nata de la producción patria y extranjera, amasa rápídamente riquezas enormes y adquiere una influencia social proporcionada a éstas y, por eso mismo, durante el período de la civilización, va ocupando una posición más y más honorífica y logra un dominio cada vez mayor sobre la producción, hasta que acaba por dar a luz un producto propio: las crisis comerciales periódicas.
Verdad es que en el grado de desarrollo que estamos analizando, la naciente clase de los mercaderes no sospechaba aún las grandes cosas a que estaba destinada. Pero se formó y se hizo indispensable, y esto fue suficiente. Con ella apareció el "dinero metálico", la moneda acuñada, nuevo medio para que el no productor dominara al productor y a su producción. Se había hallado la mercancía por excelencia, que encierra en estado latente todas las demás, el medio mágico que puede transformarse a voluntad en todas las cosas deseables y deseadas. Quien la poseía era dueño del mundo de la producción. ¿Y quién la poseyó antes que todos? El mercader. En sus manos, el culto del dinero estaba bien seguro. El mercader se cuidó de esclarecer que todas las mercancías, y con ellas todos sus productores, debían prosternarse ante el dinero. Probó de una manera práctica que todas las demás formas de la riqueza no eran sino una quimera frente a esta encarnación de riqueza como tal. De entonces acá, nunca se ha manifestado el poder del dinero con tal brutalidad, con semejante violencia primitiva como en aquel período de su juventud. Después de la compra de mercancías por dinero, vinieron los préstamos y con ellos el interés y la usura. Ninguna legislación posterior arroja tan cruel e irremisiblemente al deudor a los pies del acreedor usurero, como lo hacían las leyes de la antigua Atenas y de la antigua Roma; y en ambos casos esas leyes nacieron espontáneamente, bajo la forma de derecho consuetudinario, sin más compulsión que la económica.
Junto a la riqueza en mercancías y en esclavos, junto a la fortuna en dinero, apareció también la riqueza territorial. El derecho de posesión sobre las parcelas del suelo, concedido primitivamente a los individuos por la gens o por la tribu, se había consolidado hasta el punto de que esas parcelas les pertenecían como bienes hereditarios. Lo que en los últimos tiempos habían reclamado ante todo era quedar libres de los derechos que tenía sobre esas parcelas la comunidad gentilicia, derechos que se habían convertido para ellos en una traba. Esa traba desapareció, pero al poco tiempo desaparecía también la nueva propiedad territorial. La propiedad plena y libre del suelo no significaba tan sólo facultad de poseerlo íntegramente, sin restricción alguna, sino que también quería decir facultad de enajenarlo. Esta facultad no existió mientras el suelo fue propiedad de la gens. Pero cuando el nuevo propietario suprimió de una manera definitiva las trabas impuestas por la propiedad suprema de la gens y de la tribu, rompió también el vínculo que hasta entonces lo unía indisolublemente con el suelo. Lo que esto significaba se lo enseñó el dinero descubierto al mismo tiempo que advenía la propiedad privada de la tierra. El suelo podía ahora convertirse en una mercancía susceptible de ser vendida o pignorada. Apenas se introdujo la propiedad privada de la tierra, se inventó la hipoteca (véase Atenas). Así como el heterismo y la prostitución pisan los talones a la monogamia, de igual modo, a partir de este momento, la hipoteca se aferra a los faldones de la propiedad inmueble. ¿No quisisteis tener la propiedad del suelo completa, libre, enajenable? Pues, bien ¡ya la tenéis!
Así, junto a la extensión del comercio, junto al dinero y la usura, junto a la propiedad terrotorial y la hipoteca progresaron rápidamente la concentración y la centralización de la fortuna en manos de una clase poco numerosa, lo que fue acompañado del empobrecimiento de las masas y del aumento numérico de los pobres. La nueva aristocracia de la riqueza, en todas partes donde no coincidió con la antigua nobleza tribal, acabó por arrinconar a ésta (en Atenas, en Roma y entre los germanos). Y junto con esa división de los hombres libres en clases con arreglo a sus bienes, se produjo, sobr todo en Grecia, un enorme acrecentamiento del número de esclavos [3], cuyo trabajo forzado formaba la base de todo el edificio social.
Veamos ahora cuál fue la suerte de la gens en el curso de esta revolución social. Era impotente ante los nuevos elementos que habían crecido sin su concurso. Su primera condición de existencia era que los miembros de una gens o de una tribu estuviesen reunidos en el mismo territorio y habitasen en él exclusivamente. Ese estado de cosas había concluído hacia ya mucho. En todas partes estaban mezcladas gens y tribus; en todas partes esclavos, clientes y extranjeros vivían entre los ciudadanos. La vida sedentaria, alcanzada sólo hacia el fin del Estado medio de la barbarie, veíase alterada con frecuencia por la movilidad y los cambios de residencia debidos al comercio, a los cambios de ocupación y a las enajenaciones de la tierra. Los miembros de las uniones gentilicias no podían reunirse ya para resolver sus propios asuntos comunes; la gens sólo se ocupaba de cosas de menor importancia, como las fiestas religiosas, y eso a medias. Junto a las necesidades y los intereses para cuya defensa eran aptas y se habían formado las uniones gentilicias, la revolución en las relaciones económicas y la diferenciación social resultante de ésta habían dado origen a nuevas necesidades y nuevos intereses, que no sólo eran extraños, sino opuestos en todos los sentidos al antiguo orden gentilicio. Los intereses de los grupos de artesanos nacidos de la división del trabajo, las necesidades particulares de la ciudad, opuestas a las del campo, exigían organismos nuevos; pero cada uno de esos grupos se componía de personas perteneceientes a las gens, fratrias y tribus más diversas, y hasta de extranjeros. Esos organismos tenían, pues, que formarse necesariamente fuera del régimen gentilicio, aparte de él y, por tanto, contra él. Y en cada corporación de gentiles a su vez se dejaba sentir este conflicto de intereses, que alcanzaba su punto culminante en la reunión de pobres y ricos, de usureros y deudores dentro de la misma gens y de la misma tribu. A esto añadíase la masa de la nueva población extraña a las asociaciones gentilicias, que podía llegar a ser una fuerza en el país, como sucedió en Roma, y que, al mismo tiempo, era harto numerosa para poder ser admitida gradualmente en las estirpes y tribus consanguíneas. Las uniones gentilicias figuraban frente a esa masa como corporaciones cerradas, privilegiadas; la democracia primitiva, espontánea, se había transformado en una detestable aristocracia. En una palabra, el régimen de la gens, fruto de una sociedad que no conocía antagonismos interiores, no era adecuado sino para una sociedad de esta clase. No tenía más medios coercitivos que la opinión pública. Pero acababa de surgir una sociedad que, en virtud de las condiciones económicas generales de su existencia, había tenido que dividirse en hombres libres y en esclavos, en explotadores ricos y en explotados pobres; una sociedad que no sólo no podía conciliar estos antagonismos, sino que, por el contrario, se veía obligada a llevarlos a sus límites extremos. Una sociedad de este género no podía existir sino en medio de una lucha abierta e incesante de estas clases entre sí o bajo el dominio de un tercer poder que, puesto aparentemente por encima de las clases en lucha, suprimiera sus conflictos abiertos y no permitiera la lucha de clases más que en el terreno económico, bajo la forma llamada legal. El régimen gentilicio era ya algo caduco. Fue destruido por la división del trabajo, que dividió la sociedad en clases, y remplazado por el Estado.
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Hemos estudiado ya una por una las tres formas principales en que el Estado se alza sobre las ruinas de la gens. Atenas presenta la forma más pura y preponderantemente de los antagonismos de clase que se desarrollaban en el seno mismo de la sociedad gentilicia. En Roma la sociedad gentilicia se convirtió en una aristocracia cerrada en medio de una plebe numerosa y mantenida aparte, sin derechos, pero con deberes; la victoria de la plebe destruyó la antigua constitución de la gens e instituyó sobre sus ruinas el Estado, donde no tardaron en confundirse la aristocracia gentilicia y la plebe. Por último, entre los germanos vencedores del imperio romano el Estado surgió directamente de la conquista de vastos territorios extranjeros que el régimen gentilicio era impotente para dominar. Pero como a esa conquista no iba unida una lucha seria con la antigua población, ni una división más progresiva del trabajo; como el grado de desarrollo económico de los vencidos y de los vencedores era casi el mismo, y, por consiguiente, subsistía la antigua base económica de la sociedad, la gens pudo sostenerse a través de largos siglos, bajo una forma modificada, territorial, en la constitución de la marca, y hasta rejuvenecerse durante cierto tiempo, bajo una forma atenuada, en gens nobles y patricias posteriores y hasta en gens campesinas como en Dithmarschen[4].
Así, pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad; tampoco es "la realidad de la idea moral", "ni la imagen y la realidad de la razón", como afirma Hegel. Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del "orden". Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado.
Frente a la antigua organización gentilicia, el Estado se caracteriza en primer lugar por la agrupación de sus súbditos según "divisiones territoriales". Las antiguas asociaciones gentilicias, constituídas y sostenidas por vínculos de sangre, habían llegado a ser, según lo hemos visto, insuficientes en gran parte, porque suponían la unión de los asociados con un territorio determinado, lo cual había dejado de suceder desde largo tiempo atrás. El territorio no se había movido, pero los hombres sí. Se tomó como punto de partida la división territorial, y se dejó a los ciudadanos ejercer sus derechos y sus deberes sociales donde se hubiesen establecido, independientemente de la gens y de la tribu. Esta organización de los súbditos del Estado conforme al territorio es común a todos los Estados. Por eso nos parece natural; pero en anteriores capítulos hemos visto cuán porfiadas y largas luchas fueron menester antes de que en Atenas y en Roma pudiera sustituir a la antigua organización gentilicia.
El segundo rasgo característico es la institución de una "fuerza pública", que ya no es el pueblo armado. Esta fuerza pública especial hácese necesaria porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible una organización armada espontánea de la población. Los esclavos también formaban parte de la población; los 90.000 ciudadanos de Atenas sólo constituían una clase privilegiada, frente a los 365.000 esclavos. El ejército popular de la democracia ateniense era una fuerza pública aristocrática contra los esclavos, a quienes mantenía sumisos; mas, para tener a raya a los ciudadanos, se hizo necesaria también una policía, como hemos dicho anteriormente. Esta fuerza pública existe en todo Estado; y no está formada sólo por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía. Puede ser muy poco importante, o hasta casi nula, en las sociedades donde aún no se han desarrollado los antagonismos de clase y en territorios lejanos, como sucedió en ciertos lugares y épocas en los Estados Unidos de América. Pero se fortalece a medida que los antagonismos de clase se exacerban dentro del Estado y a medida que se hacen más grandes y más poblados los Estados colindantes. Y si no, examínese nuestra Europa actual, donde la lucha de clases y la rivalidad en las conquistas han hecho crecer tanto la fuerza pública, que amenaza con devorar a la sociedad entera y aun al Estado mismo.
Para sostener en pie esa fuerza pública, se necesitan contribuciones por parte de los ciudadanos del Estado: los "impuestos". La sociedad gentilicia nunca tuvo idea de ellos, pero nosotros los conocemos bastante bien. Con los progresos de la civilización, incluso los impuestos llegan a ser poco; el Estado libra letras sobre el futuro, contrata empréstitos, contrae "deudas de Estado". También de esto puede hablarnos, por propia experiencia, la vieja Europa.
Dueños de la fuerza pública y del derecho de recaudar los impuestos, los funcionarios, como órganos de la sociedad, aparecen ahora situados por encima de ésta. El respeto que se tributaba libre y voluntariamente a los órganos de la constitución gentilicia ya no les basta, incluso si pudieran ganarlo; vehículos de un Poder que se ha hecho extraño a la sociedad, necesitan hacerse respetar por medio de las leyes de excepción, merced a las cuales gozan de una aureola y de una inviolabilidad particulares. El más despreciable polizonte del Estado civilizado tiene más <
Además, en la mayor parte de los Estados históricos los derechos concedidos a los ciudadanos se gradúan con arreglo a su fortuna, y con ello se declara expresamente que el Estado es un organismo para proteger a la clase que posee contra la desposeída. Así sucedía ya en Atenas y en Roma, donde la clasificación era por la cuantía de los bienes de fortuna. Lo mismo sucede en el Estado feudal de la Edad Media, donde el poder político se distribuyó según la propiedad territorial. Y así lo observamos en el censo electoral de los Estados representativos modernos. Sin embargo, este reconocimiento político de la diferencia de fortunas no es nada esencial. Por el contrario, denota un grado inferior en el desarrollo del Estado. La forma más elevada del Estado, la república democrática, que en nuestras condiciones sociales modernas se va haciendo una necesidad cada vez más ineludible, y que es la única forma de Estado bajo la cual puede darse la batalla última y definitiva entre el proletariado y la burguesía, no reconoce oficialmente diferencias de fortuna. En ella la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero por ello mismo de un modo más seguro. De una parte, bajo la forma de corrupción directa de los funcionarios, de lo cual es América un modelo clásico, y, de otra parte, bajo la forma de alianza entre el gobierno y la Bolsa. Esta alianza se realiza con tanta mayor facilidad, cuanto más crecen las deudas del Estado y más van concentrando en sus manos las sociedades por acciones, no sólo el transporte, sino también la producción misma, haciendo de la Bolsa su centro. Fuera de América, la nueva república francesa es un patente ejemplo de ello, y la buena vieja Suiza también ha hecho su aportación en este terreno. Pero que la república democrática no es imprescindible para esa unión fraternal entre la Bolsa y el gobierno, lo prueba, además de Inglaterra, el nuevo imperio alemán, donde no puede decirse a quién ha elevado más arriba el sufragio universal, si a Bismarck o a Bleichröder. Y, por último, la clase poseedora impera de un modo directo por medio del sufragio universal. Mientras la clase oprimida -- en nuestro caso el proletariado-- no está madura para libertarse ella misma, su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda. Pero a medida que va madurando para emanciparse ella misma, se constituye como un partido independiente, elige sus propios representantes y no los de los capitalistas. El sufragio universal es, de esta suerte, el índice de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual, pero esto es bastante. El día en que el termómetro del sufragio universal marque para los trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo mismo que los capitalistas, qué deben hacer.
Por tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades que se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni de su poder. Al llegar a cierta fase del desarrollo económico, que estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo del Estado una necesidad. Ahora nos aproximamos con rapidez a una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte positivamente en un obstáculo para la producción. Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce.
* * *
Por todo lo que hemos dicho, la civilización es, pues, el estadio de desarrollo de la sociedad en que la división del trabajo, el cambio entre individuos que de ella deriva, y la producción mercantil que abarca a una y otro, alcanzan su pleno desarrollo y ocasionan una revolución en toda la sociedad anterior.
En todos los estadios anteriores de la sociedad, la producción era esencialmente colectiva y el consumo se efectuaba también bajo un régimen de reparto directo de los productos, en el seno de pequeñas o grandes colectividades comunistas. Esa producción colectiva se realizaba dentro de los más estrechos límites, pero llevaba aparejado el dominio de los productores sobre el proceso de la producción y sobre su producto. Estos sabían qué era del producto: lo consumían, no salía de sus manos. Y mientras la producción se efectuó sobre esta base, no pudo sobreponerse a los productores, ni hacer surgir frente a ellos el espectro de poderes extraños, cual sucede regular e inevitablemente en la civilización.
Pero en este modo de producir se introdujo lentamente la división del trabajo, la cual minó la comunidad de producción y de apropiación, erigió en regla predominante la apropiación individual, y de ese modo creó el cambio entre individuos (ya examinamos anteriormente cómo). Poco a poco, la producción mercantil se hizo la forma dominante.
Con la producción mercantil, producción no ya para el consumo personal, sino para el cambio, los productos pasan necesariamente de unas manos a otras. El productor se separa de su producto en el cambio, y ya no sabe qué se hace de él. Tan pronto como el dinero, y con él el mercader, interviene como intermediario entre los productores, se complica más el sistema de cambio y se vuelve todavía más incierto el destino final de los productos. Los mercaderes son muchos y ninguno de ellos sabe lo que hacen los demás. Ahora las mercancías no sólo van de mano en mano, sino de mercado en mercado; los productores han dejado ya de ser dueños de la producción total de las condiciones de su propia vida, y los comerciantes tampoco han llegado a serlo. Los productos y la producción están entregados al azar.
Pero el azar no es más que uno de los polos de una interdependencia, el otro polo de la cual se llama necesidad. En la naturaleza, donde también parece dominar el azar, hace mucho tiempo que hemos dernostrado en cada dominio particular la necesidad inmanente y las leyes internas que se afirman en aquel azar. Y lo que es cierto para la naturaleza, también lo es para la sociedad. Cuanto más escapa del control consciente del hombre y se sobrepone a él una actividad social, una serie de procesos sociales, cuando más abandonada parece esa actividad al puro azar, tanto más las leyes propias, inmanentes, de dicho azar, se manifiestan como una necesidad natural. Leyes análogas rigen las eventualidades de la producción mercantil y del cambio de las mercancías; frente al productor y al comerciante aislados, surgen como factores extraños y desconocidos, cuya naturaleza es preciso desentrañar y estudiar con suma meticulosidad. Estas leyes económicas de la producción mercantil se modifican según los diversos grados de desarrollo de esta forma de producir; pero, en general, todo el período de la civilización está regido por ellas. Hoy, el producto domina aún al productor; hoy, toda la producción social está aún regulada, no conforme a un plan elaborado en común, sino por leyes ciegas que se imponen con la violencia de los elementos, en último término, en las tempestades de las crisis comerciales periódicas.
Hemos visto cómo en un estadio bastante temprano del desarrollo de la producción, la fuerza de trabajo del hombre llega a ser apta para suministrar un producto mucho más cuantioso de lo que exige el sustento de los productores, y cómo este estadio de desarrollo es, en lo esencial, el mismo donde nacen la división del trabajo y el cambio entre individuos. No tardó mucho en ser descubierta la gran <
Con la esclavitud, que alcanzó su desarrollo máximo bajo la civilización, realizóse la primera gran escisión de la sociedad en una clase explotadora y una clase explotada. Esta escisión se ha sostenido durante todo el período civilizado. La esclavitud es la primera forma de la explotación, la forma propia del mundo antiguo; le suceden la servidumbre, en la Edad Media, y el trabajo asalariado en los tiempos modernos. Estas son las tres grandes formas del avasallamiento, que caracterizan las tres grandes épocas de la civilización; ésta va siempre acompañada de la esclavitud, franca al principio, más o menos disfrazada después.
El estadio de la producción de mercancías, con el que comienza la civilización, se distinguc desde el punto de vista económico por la introducción: 1) de la moneda metálica, y con ella del capital en dinero, del interés y de la usura; 2) de los mercaderes, como clase intermediaria entre los productores; 3) de la propiedad privada de la tierra y de la hipoteca, y 4) del trabajo de los esclavos como forma dominante de la producción. La forma de familia que corresponde a la civilización y vence definitivamente con ella es la monogamia, la supremacía del hombre sobre la mujer, y la familia individual como unidad económica de la sociedad. La fuerza cohesiva de la sociedad civilizada la constituye el Estado, que, en todos los períodos típicos, es exclusivamente el Estado de la clase dominante y, en todos los casos, una máquina esencialmente destinada a reprimir a la clase oprimida y explotada. También es característico de la civilización, por una parte, fijar la oposición entre la ciudad y el campo como base de toda la división del trabajo social; y, por otra parte, introducir los testamentos, por medio de los cuales el propietario puede disponer de sus bienes aun después de su muerte. Esta institución, que es un golpe directo a la antigua constitución de la gens, era desconocida en Atenas aun en los tiempos de Solón; se introdujo muy pronto en Roma, pero ignoramos en qué época [6]. En Alemania la implantaron los clérigos para que los cándidos alemanes pudiesen instituir con toda libertad legados a favor de la Iglesia.
Con este régimen como base, la civilización ha realizado cosas de las que distaba muchísimo de ser capaz la antigua sociedad gentilicia. Pero las ha llevado a cabo poniendo en movimiento los impulsos y pasiones más viles de los hombres y a costa de sus mejores disposiciones. La codicia vulgar ha sido la fuerza motriz de la civilización desde sus primeros días hasta hoy, su único objetivo determinante es la riqueza, otra vez la riqueza y siempre la riqueza, pero no la de la sociedad, sino la de tal o cual miserable individuo. Si a pesar de eso han correspondido a la civilización el desarrollo creciente de la ciencia y reiterados períodos del más opulento esplendor del arte, sólo ha acontecido así porque sin ello hubieran sido imposibles, en toda su plenitud, las actuales realizaciones en la acumulación de riquezas.
Siendo la base de la civilización la explotación de una clase por otra, su desarrollo se opera en una constante contradicción. Cada progreso de la producción es al mismo tiempo un retroceso en la situación de la clase oprimida, es decir, de la inmensa mayoría. Cada beneficio para unos es por necesidad un perjuicio para otros; cada grado de emancipación conseguido por una clase es un nuevo elemento de opresión para la otra. La prueba más elocuente de esto nos la da la introducción de la maquinaria, cuyos efectos conoce hoy el mundo entero. Y si, como hemos visto, entre los bárbaros apenas puede establecerse la diferencia entre los derechos y los deberes, la civilización señala entre ellos una diferencia y un contraste que saltan a la vista del hombre menos inteligente, en el sentido de que da casi todos los derechos a una clase y casi todos los deberes a la otra.
Pero eso no debe ser. Lo que es bueno para la clase dominante, debe ser bueno para la sociedad con la cual se identifica aquélla. Por ello, cuanto más progresa la civilización, más obligada se cree a cubrir con el manto de la caridad los males que ha engendrado fatalmente, a pintarlos de color de rosa o a negarlos. En una palabra, introduce una hipocresía convencional que no conocían las primitivas formas de la sociedad ni aun los primeros grados de la civilización, y que llega a su cima en la declaración: la explotación de la clase oprimida es ejercida por la clase explotadora exclusiva y únicamente en beneficio de la clase explotada; y si esta última no lo reconoce así y hasta se muestra rebelde, esto constituye por su parte la más negra ingratitud hacia sus bienhechores, los explotadores [7].
Y, para concluir, véase el juicio que acerca de la civilización emite Morgan:
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